El poema de Okusai
A Alfonso Cravioto
Desde el Dios hasta el samurai, desde el águila hasta el bambú, todo lo dibujó Okusai en la “Mangua” y en el “Guafú”. Y la planta y el animal ahora viven sobre el papel, con el astro y el mineral, por la gloria de su pincel. Las antenas de los insectos, la nube, la ola, la llama, y los increíbles aspectos de la cumbre del Fuzi Yama; y los puentes y las cascadas junto al templo en el bosque hundido, y el encanto de las posadas a lo largo del Tokaído. ¡Desde el astro hasta el caracol, de la perla al sapo de lodo, Okusai lo dibujó todo, desde las larvas hasta el Sol! Padre Río, dios nemoroso, en tus álbumes la Natura truena con verbo caudaloso, con selvática voz murmura; agrieta el nocturno pavor, pone en tu mano la centella, recoge tu alma en una flor y la dispersa en una estrella... Y la diafaniza en un lago, la riega en átomos de luz, desvaneciéndola en un vago crepúsculo, tras un saúz. Y la sienta en la flor de loto como a Budha. ¡Su potestad la sacude en el terremoto y la inflama en la tempestad! La Kábala tan sólo explica las artes mágicas del brujo “Campesino de Katsuchika”, del “viejo loco de dibujo”. Ella, la que el pavor encomia, en grimorio sutil discierna, como incuba una faz de momia el incendio de una linterna. Como un lémur sus tegumentos traba al hueso de la quijada en los tétricos aspavientos de una larva desencajada... Por cuál arte de Belcebú de los limbos traída fue el alma en pena de Okikú o el espectro de Kasané... Si del bonzo ante el exorcismo (pretenden crónicas inciertas) que retornaron al abismo las dos pobres mujeres muertas, ¿por qué sobre el brocal del pozo dilacerada, hosca y fluida, flota exhalando su sollozo Okikú, la infeliz suicida?... A tu arte diabólico culpo, “Guakiojin”, si aún abre y dilata su rictus y su ojo de pulpo Kasané en su máscara chata... Que al mirar por primera vez esas trágicas maravillas me oprimió con su pesadez el sapo de las pesadillas... Y en inmóvil pavor deshecho en la sombra me liberté sólo al clamar desde mi lecho “¡Bakú, Bakú, Kuraeé!”... Shirokinakatsukamí llegó, dócil a mis empeños, y, ¡oh brujo!, me libró de ti devorando mis malos sueños... ¡De entonces, héroe de Nagoya, abro tu álbum espectral como esa figura de Goya que alza una lápida tumbal!... Mejor halago mi ansia plástica en la obra que firmaste al fin de tu gran vida, ¡oh Manrojín!, con los cien siglos de la esvástica... Cuando según el dicho tierno de tu siempre irónico tono: te llamaba el dios del infierno para pintarle un kakemono. Cuando ya eras un bodhisava y logró tu pincel prolífico que viviera cuanto trazaba, una imagen o un jeroglífico... Eras como un viejo dragón con escamas de sabiduría, con sendas garras de león sobre la noche y sobre el día; como un brahamánico elefante, rugoso en su gloria senil, que al enigma embistió triunfante con sus colmillos de marfil...; una cigüeña calva y cana por las centurias peregrina, huésped de la Muralla China y la Torre de Porcelana! vieja tortuga que por ley de los siglos, llevara al fin en su carapacho un jardín como una isla de carey... Cuando en tu casa de Asakusa, fin de tu vida itinerante dejaste decir a tu Musa al llegar el postrer instante: “¡Oh Libertad, tan deseada, cuando en los campos del estío flotando al fin a su albedrío vaga el alma desencarnada”... Como un pino lleno de nieve desvanecido en el sutil fulgor lunar que su luz llueve, vio a Okusai, el año mil ochocientos cuarenta y nueve... Y la tumba dice su historia bajo un bosque de Hiroshigué, aquí yace el que en vida fue “el de la pintoresca gloria, el Caballero de la Fe...” Kami Okusai, un culto intenso rindo a tu alma, como a un dios, y le ofrezco varas de incienso, jugosas frutas, blanco arroz. Cuando el sahumerio ardiente sube exaltando mi devoción, y contemplo la vaga nube trasmutándose en un dragón, ¡cómo sigo su lento vuelo que abandona la estancia mía, y une a la tierra con el cielo y se integra a la láctea vía! ¡Fluye una cascada en su calma, y por ella en heroico salto, carpa de oro, surge tu alma y se remonta hacia lo alto! ¡La vía láctea sus alabastros tiende en dócil lluvia de oro, y tú subes hasta los astros con el vuelo de un meteoro...! Desde el Dios hasta el samurai, desde el águila hasta el bambú, todo lo dibujó Okusai en la “Mangua” y en el “Guafú”. Okusai lo dibujó todo... ¡Oh Poetas, seguid sus huellas de la tierra en el triste lodo y en los ampos de las estrellas!
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