De nada sirve la isla
¿De qué sirve embarcarnos en una guitarra canoa de la soledad —de la soledad salida de madre— con la quinina de la luna para el mal de los trópicos, huyendo de ese saurio que nos sigue por la corriente turbia de los días y que acecha el minuto del naufragio? De nada sirve la isla coronada de hojas y de plumas en cuya arena el agua toma el molde de las pisadas porque encontraremos la moneda de plomo o el día acuñado en donde la muerte ha puesto su efigie. De nada sirves, rosa que en tu eje estás torneando una llama sin prisa, de nada tú, diamante o mineral araña de fulgores, de nada, frescas borlas o alfileteros del sicomoro con los que se sujeta la pesada y dulce tapicería de la tarde. De nada sirven, tierra, tus piedrecillas de colores porque el cielo guarda un obstinado silencio y el río repite sin cesar con paladar de líquido y de sombra una idéntica sílaba mojada. De nada sirve el caballo para huir del fuego fatuo que cabalga a la grupa con el viento, de nada la coraza de las campanas contra los mandobles del cielo. Inútil el farol al que la tormenta estrangula sobre el acantilado. Inútil el día festivo en el orfanato de los hombres grises uniformados de soledad, o la escalera a la que la sombra sustrae dos o tres peldaños. De nada sirves, guitarra, de nada porque te hundirás en el oleaje de la música y nuestro día estará esperándonos de pie en el arrecife.
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