Las armas de la luz
II La luz mira: existo. La luz mira en torno mío todo hasta el guijarro y cada árbol reafirma su existencia por sus hojas sumisas que se bañan en la total mirada de la altura. Un río lleva en su alma esa mirada que borrar con azul en vano intentan piedrecillas o ramas que se hunden y hacen sólo surgir entre las aguas la forma del gran Ojo que se abre al turbar la dormida transparencia. Horizonte de rocas o molares de Dios, en donde habita la palabra profunda "más allá", vocablo de oro en la hueca garganta de distancia. Ya comprendo la lengua de lo eterno como de lo lejano y lo escondido porque la luz ha entrado meridiana en mi cuerpo de sombra hasta los huesos tubería de cal por donde sopla la música del mundo, el tierno cántico de la familia universal de seres en la unidad terrena, planetaria de su común origen: la luz madre. III Translúcida la avispa prisionera en su ámbito floral, comprueba al vuelo su libertad medida, su dominio cercado por las huestes vegetales y en su mundo de sol gira gozosa angélica en su cielo de hojas y aire y fabrica dulzura sin descanso con materia de luz su oro gustoso, guardiana de su mágica alquitara, con su lanza de fuego va volando minúscula amazona, miel armada. Avispa cazadora y mensajera, cínifes transparentes como el aire, insectos de la luz, familia diáfana o signos de una efímera escritura en texto natural para los pájaros que leen entre silbos, tragan letras caídas en la hierba o seres vivos, jinetes desmontados en la guerra de siglos que comienza cada día, guerra civil terrestre de gusanos que devora el Gran Mirlo de la sombra. IV Sólo es luz emplumada el colibrí, luz con alas o mínima saeta que las flores se lanzan una a otra al corazón de aroma y de rocío. Le ve pasar el aire en un relámpago de pedrería cálida, volante astilla de vitral, reflejo de agua fugaz en el espejo del espacio que le mira, incansable pasajero ir y venir, imagen de la prisa entre la lentitud grave del mundo en la solar batalla meridiana y buscar vanamente la flor Única en su breve estación sobre la tierra hasta que el pico encuentra en la corola el azúcar secreto de la muerte. Mas la herencia del pájaro difunto se reparten insectos y raíces y el color de las alas va a los frutos miniaturas de sol, planetas dulces y de allí nuevamente en pulpa de oro o en sangre vegetal, licor nutricio, a la tribu del aire y de la pluma en un ciclo infinito de animales y semillas, de insectos y de plantas que comanda la luz, la luz suprema. VI ¡Cielo entre cuatro rocas solas: háblame! Tu boca desdentada ya modula el tremendo secreto meridiano. Mente sin nubes, diáfana conciencia, transmíteme la idea en llama pura. Tu elocuencia de miel solar me envuelve y nace en mí la fúlgida evidencia. ¿Quién soy? ¿En dónde estoy? El mediodía me circunda con su oro, mina inmensa. Soy soldado del lirio y de la avispa y servidor simétrico del mundo: Tengo un ojo de sol, otro de sombra, un punto cardinal en cada mano y ando, miro y trabajo doblemente mientras dos veces peso en la balanza cerebral en secreto el vinagre y la miel de cada cosa. Mido el tiempo, el color, mi metro aplico a lo que me rodea, mas no veo más allá de las nubes, se me escapan la música y la luz entre los dedos.
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