Tributo a la noche
Niegas, oh testaruda, lo que el día ha afirmado y, después de su muerte, de las cosas te adueñas. Tus sacos de carbón abarrotan sin término la universal bodega. Tu gran cuerpo de sombra en el mundo no cabe, nebuloso animal nutrido de guitarras, y distraes el tiempo de tu prisión terrestre borrando los caminos y devorando lámparas. Entras a todas partes, habitante del cielo, y te instalas sin ruido entre nosotros o te quedas mirándonos detrás de las ventanas con tus tiernos ojillos eternos y remotos. Caminante puntual, nodriza de campanas, vas metiendo en tu fardo los seres y las cosas. Me ofreces tu enlutado palacio, y me reclino en tu almohada de sombra.
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