Lamento y madrigal sobre Palmira
El polvo, el tiempo, áspera y difícil soledad, desolado mantel seco: aquí no hubo nunca el caserío, la planta, los dedos de la lluvia: tierra rota hasta la harina, paisaje ciego que el viento cambia de lugar. Rara vez en la deshabitada sábana que huye, un cuerpo, una pareja; nunca la moneda o la cruz incomprensible del descubridor, nunca la ruina duradera de dios en el erial perdido; ni lágrimas, ni espinas, ni vidrios rotos para la pisada antigua del aborigen, porque sólo destrozo, sólo agria piel de arena, sólo semanas y siglos que bajan a Palmira por la delgada cintura del aire, sólo aire. Yo, que salí de mujer como del alba, que ardí, que he muerto pocas veces todavía y todavía espero por las cosas, hoy vuelvo con la misma camisa que tocaron los pechos de tantas despedidas, vuelvo y te encuentro en tu liviana muerte de materia, y me detengo, no por duda en los pies, no de paso a la ciudad: es por destino, y traigo mi alma llena de tu páramo, de escombros, de huesos cuyo nombre reconozco y debo enterrar inútilmente: sólo lamento y plural dolor el alma. Porque en las visitas, en las fiestas donde alguien agoniza, porque en los restaurantes, en los diarios, en la gente que habita casas y familias, hay alguien que dice algo, hay un suceso caído como un muerto tras la puerta, sufro de noticias, de necesidades puras, y no puedo más, no puedo despegarme de fantasmas que corren buscando domicilios, no puedo sino escuchar con el oído apegado a tu alma. Ah solitaria abandonada por la voz, ah dejada del duradero río, gran cementerio general: frente a tu mar que esparce su esqueleto lloro y digo, no rezo, no prometo, pero pienso en los muertos a escondidas de mí, en la alta gavilla de los seres que a la tierra volvieron por la terca hipotenusa. Si a tu orilla general, si a la ceniza de tu edad incierta, si a tu aventura de obstinado duelo, como el animal de nuestra tribu triste, yo fuera con mis uñas a escarbar la última arcilla que busca mi vasija, fuera el arenero que te aclama. Yo te amo, distancia y resistencia, amo el cristal vencido de tu oscura substancia donde no encuentro golpeada la familia, no encuentro la multitud que alguien azota, ni las habitaciones ni las piedras de las habitaciones, y aun así, aun debiendo con los labios ir a tocar la frutal ternura de mi ciudad, de mi escuela y sus tinteros derramados, yo vengo aquí primero, y aun aquí está la patria, su cuerpo torrencial o el granizo violento que a veces me golpeaba el corazón. Baldía propiedad de mi único territorio: acoge estos trozos de ajenas desventuras que también nos pertenecen.
(De Ecuador amargo.)
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