Interior
Los ojos que se miran a través de los ángeles domésticos del humo de la sopa. En la botella brilladora canta el ruiseñor del vino. Reluce y tintinea lo visible en la fruta, el reloj, la porcelana. El pan abre su mano cereal sobre el mantel. Las flores. En el grabado antiguo toca el arpa una muchacha de mil ochocientos. El cigarrillo como que te asciende la mano. Y una puerta se entreabre sobre la sala silenciosa y tersa: y más allá un huerto se presiente o tal vez el recuerdo de un jardín. En el espejo estás ya como ausente. Por un instante se detiene todo y escuchamos, absortos, lo invisible de la noche que se abre a nuestro ensueño. Con el café llega un país lejano. El tiempo nada puede. Todas éstas son cosas inmortales.
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