Grieta matinal
Cala tu miseria, sondéala, conoce sus más escondidas cavernas. Aceita los engranajes de tu miseria, ponla en tu camino, ábrete paso con ella y en cada puerta golpea con los blancos cartílagos de tu miseria. Compárala con la de otras gentes y mide bien el asombro de sus diferencias, la singular agudeza de sus bordes. Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria. Ten presente a cada hora que su materia es tu materia, el único puerto del que conoces cada rada, cada boya, cada señal desde la cálida tierra donde llegas a reinar como Crusoe entre la muchedumbre de sombras que te rozan y con las que tropiezas sin entender su propósito ni su costumbre. Cultiva tu miseria, hazla perdurable, aliméntate de su savia, envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos. Aprende a reconocerla entre todas, no permitas que sea familiar a los otros ni que la prolonguen abusivamente los tuyos. Que te sea como agua bautismal brotada de las grandes cloacas municipales, como los arroyos que nacen en los mataderos. Que se confunda con tus entrañas, tu miseria; que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte, los elementos de tu más certero abandono. Nunca dejes de lado tu miseria, así descanses a su vera como junto al blanco cuerpo del que se ha retirado el deseo. Ten siempre lista tu miseria y no permitas que se evada por distracción o engaño. Aprende a reconocerla hasta en sus más breves signos: el encogerse de las finas hojas del carbonero, el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde, la soledad de una jaula de circo varada en el lodo del camino, el hollín en los arrabales, el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles, la ropa desordenada de los ciegos, las campanillas que agotan su llamado en el solar sembrado de eucaliptos, el yodo de las navegaciones. No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día. Aprende a guardarla para las horas de tu solaz y teje con ella la verdadera, la sola materia perdurable de tu episodio sobre la tierra.
De Los trabajos perdidos
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