Álvaro Mutis Selección y nota del autor VERSIÓN PDF |
Presentación
Nací en Bogotá, en 1923. Hice mis primeros estudios en Bruselas. Regresé a Bogotá y traté infructuosamente de terminar bachillerato en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. El billar y la poesía pudieron más y jamás alcancé el ansiado cartón de bachiller. Allí asistí a las inolvidables clases de Literatura que dictaba Eduardo Carranza; a él le debo mi devoción por la poesía y por la poesía española en particular. Jamás olvidaré esas clases de Carranza llenas de un entusiasmo y un servicio devoto y total a las letras, que aún hoy conservo gracias a él. Publiqué mi primer volumen el 8 de abril de 1948; se titulaba La Balanza y lo compartí con Carlos Patino. El nueve, día del “Bogotazo”, ardió la edición. No creo que la ira popular se ensañara con nuestro humilde opúsculo. Pura casualidad pirófaga. En 1953 apareció en la Editorial Losada, en su colección “Poetas de España y América” que dirigía Alberti, mi libro Los elementos del desastre. Viajé a México en 1956 en donde resido desde entonces. En México publiqué en 1959 Diario de Lecumberri, narraciones en prosa impresas por la Universidad Veracruzana en su colección “Ficción” y en 1964 Era me publica Los trabajos perdidos, poesía. En 1973 aparecieron simultáneamente Summa de Maqroll el Gaviero en Barral Editores de Barcelona, que reúne toda mi poesía escrita hasta ahora, y La mansión de Araucaíma, publicada por Editorial Sudamericana y que reúne relatos en prosa. Trabajo ahora en un breve libro de poemas titulado Pequeño libro de lieder, de los cuales se han publicado algunas muestras... En 1974 recibí el Premio Nacional de Letras de Colombia. Nunca he participado en política, no he votado jamás y el último hecho político que me preocupa de veras es la caída de Bizancio en manos de los infieles en 1453. Soy gibelino, monárquico y legitimista. Álvaro Mutis
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Tres imágenes Para Luis Cardoza y Aragón
I La noche del cuartel fría y señera
Esta pieza de hotel donde ha dormido un asesino,
Una gran flauta de piedra (1947) |
Apuntes para un poema de Lástimas
ni tanto elemento disperso que su memoria ha dejado entre los hombres
—campanillas de hoteles de miseria, viejos navíos cuyos costados de metal hermosísimo carcome el salitre, escarcha de los cazadores, hondos disparos a la madrugada, humo de carboneros, pozo helado de las minas— tanta cosa en fin, que nos agobia con su paso verdadero y profético. Nada tiene ya esa tristeza de pálida fruta estéril que hiciera de su semblante un voraz dominador de lacerias, nada conserva ya la frágil armazón de su cuerpo de largos brazos blancos, tan ajeno a las armas y a la cópula ansiosa de sus abuelos guerreros. ¡Gloria de un clima! Loor al olvido que adelanta a través de las piedras que suelda el calicanto su lengua poderosa y magnífica de estirpe, como un lebrel de siglos que despierta a los hombres y los arroja de sus lechos para pegarlos a los vastos ventanales del alba, de la mañana amarga en la boca, sin orgullo, dura en el tiempo, ávida por siempre de insanas alegrías que más tarde han de brotar ampulosas como los flancos de mujeres enriquecidas en complicadas batallas a orillas de un mar gris, agrio y pobre de peces … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … Por última vez hagamos memoria de sus hechos, cantemos sus lástimas de monarca encerrado en la mansión
eficaz y tranquila que lentamente bebe su sangre de reptil indefenso y creyente. Cuánta mugrienta soledad cobija sus rezos interminables, sus vanas súplicas, su amor por la hembra tuerta y ardiente que consumiera unas pocas noches de remordida vigilia.
II Batallas Batallas Batallas
Incluimos también estos que perpetúan la desvirtuada magia de sus vidas: el que volvió por su mujer y se perdió para siempre en la selva y gritó hasta apagar el rumor de las manadas voraces, el vestido de gualda y sangre que hacía hogueras en los caminos para quemar sus sandalias, el que dio muerte al rijoso sacristán y extendió a secar sus ropas en los tejados de la cárcel, el que volvió de Italia con las manos tersas y un andar afelpado de marica, el tratante en bestias de carga, que llenaba de tristeza y de luto la feria con sus heridas, la sostenedora de la fe, la insaciable y antigua predicadora de doctrinas en medio de los quejidos de su catre desvencijado, el Relator de Desastres, el mentiroso servil de infames bodas, el guardián desencajado de las pesebreras que tiemblan de pavor y de frío bajo la llovizna;
todos sus súbditos, su vasto pueblo rendido oscuramente entre aguas de verdad e historia grasienta como uniforme de prendería o pez de naufragio.
“No importa lo que venga después. Firme en la cera de mis años, deduzco de las espesas nubes de insectos que se mecen sobre los desperdicios del mercado, la suerte de las expediciones, el incendio veloz de cosechas y pueblos, los ritos y la ceremonia final de tres días con sus noches, celebrada con motivo de la muerte del Rey, un hombre triste y pesaroso padre de pálidos infantes sin malicia ni pena.”
Palabras de un arquero de Flandes.
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El viaje
De Primeros Poemas
(1948) |
“204”
Escucha Escucha Escucha los murmullos en la escalera; las voces que vienen de Escucha Escucha Escucha a la hermosa inquilina del “204” que despereza sus ¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes Escucha Escucha Escucha el agua que gotea en los lavatorios, en las gradas que Sobre esas losas —cuando el mediodía siembre de Escucha Escucha Escucha la incansable viajera abre las ventanas y aspira el
De la ortiga al granizo Escucha Escucha Escucha la oración matinal de la inquilina De Los elementos del desastre |
Los elementos del desastre
De Los elementos del desastre
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El húsar A Casimiro Eiger
I En las ciudades que conocen su nombre y el felpudo golpe de su caballo
Los rebaños con los ojos irritados por las continuas lluvias, se refugiaron en bosques de amargas hojas.
Bajo la verde y nutrida cúpula de un cafeto y sobre el húmedo piso acolchado de insectos, supo de las delicias de un amor brindado por una mujer de las Tierras Bajas.
Vino la plaga.
Las batallas Cese ya el elogio y el recuento de sus virtudes y el canto de sus hechos. Lejana la época de su dominio, perdidos los años que pasaron sumergidos en el torbellino de su ansiosa belleza, hagamos el último intento de reconstruir sus batallas, para jamás volver a ocuparnos de él, para disolver su recuerdo como la tinta del pulpo en el vasto océano tranquilo. La decisión de vencer lo lleva sereno en medio de sus enemigos, que huyen como ratas al sol y antes de perderse para siempre vuelven la cabeza para admirar esa figura que se yergue en su oscuro caballo y de cuya boca salen las palabras más obscenas y antiguas. Huyó a la molicie de las Tierras Bajas. Hacia las hondas cañadas de agua verde, lenta con el peso de las hojas de carboneros y cámbulos —negra sustancia fermentada. Allí, tendido, se dejó crecer la barba y padeció fuertes calambres de tanto comer frutas verdes y soñar incómodos deseos. Un mostrador de zinc gastado y húmedo retrató su rostro ebrio y descompuesto. La revuelta cabeza de cabellos sucios de barro y sangre golpeó varias veces las desconchadas paredes de la estancia hasta descansar, por una corta noche, en el regazo de una paciente y olvidada mujerzuela. El nombre de los navíos, la humedad de las minas, el viento de los páramos, la sequedad de la madera, la sombra gris en la piedra de afilar, la tortura de los insectos aprisionados en los vagones por reparar, el hastío de las horas anteriores al mediodía cuando aún no se sabe qué sabor intenso prepara la tarde, en fin, todas las materias que lo llevaron a olvidar a los hombres, a desconfiar de las bestias y a entregarse por entero a mujeres de ademanes amorosos y piernas de anamita; todos estos elementos lo vencieron definitivamente, lo sepultaron en la gruesa marea de poderes ajenos a su estirpe maravillosa y enérgica. De Los elementos del desastre
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Nocturno
De Los elementos del desastre
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El festín de Baltasar
De Los elementos del desastre
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Amén
De Los trabajos perdidos
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Nocturno
De Los trabajos perdido
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Grieta matinal
De Los trabajos perdidos
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Cita
De Los trabajos perdidos
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Ciudad
De Los trabajos perdidos
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Cita
De Los trabajos perdidos
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La muerte del capitán Cook
De Los trabajos perdidos |
Señal
De Los trabajos perdidos
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Sonata
De Los trabajos perdidos
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Poema de lástimas a la muerte de Marcel
De Los trabajos perdidos
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Exilio
Hoy, algo se ha detenido dentro de mí, En el café, en casa de amigos, tornan con dolor desteñido Y es entonces cuando peso mi exilio De Los trabajos perdidos
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Sonata
De Los trabajos perdidos
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Reseña de los hospitales de ultramar
Al alba guardaban las grandes jaulas con aves. Los altos muros grises elevaban su fábrica contra el cielo, anunciando la presencia consoladora de aquellos edificios hechos al dolor y antesala de la muerte. Músicos, bailarines, actores y rameras vivían de las rentas de aquellos Hospitales y creaban y recreaban la maravilla de sus fantasías en las capillas y salones de los mismos.
Los siguientes fragmentos pertenecen a un ciclo de relatos y alusiones tejidos por Maqroll el Gaviero en la vejez de sus años, cuando el tema de la enfermedad y de la muerte rondaba sus días y ocupaba buena parte de sus noches, largas de insomnio y visitadas de recuerdos. Con el nombre de Hospitales de Ultramar cubría el Gaviero una amplia teoría de males, angustias, días en blanco en espera de nada, vergüenzas de la carne, faltas de amistad, deudas nunca pagadas, semanas de hospital en tierras desconocidas curando los efectos de largas navegaciones por aguas emponzoñadas y climas malignos, fiebres de la infancia, en fin, todos esos pasos que da el hombre usándose para la muerte, gastando sus fuerzas y bienes para llegar a la tumba y terminar encogido en la ojera de su propio desperdicio. Esos eran para él sus Hospitales de Ultramar
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Pregón de los hospitales
¡Miren ustedes cómo es de admirar la situación
privilegiada de esta gran casa de enfermos! ¡Observen el dombo de los altos árboles cuyas oscuras hojas, siempre húmedas, protegidas por un halo de plateada pelusa, dan sombra a las avenidas por donde se pasean los dolientes! ¡Escuchen el amortiguado paso de los ruidos lejanos, que dicen de la presencia de un mundo que viaja ordenadamente al desastre de los años, al olvido, al asombro desnudo del tiempo! ¡Abran bien los ojos y miren cómo la pulida uña del síntoma marca a cada uno con su signo de especial desesperanza!; sin herirlo casi, sin perturbarlo, sin moverlo de su doméstica órbita de recuerdos y penas y seres queridos, para él tan lejanos ya y tan extranjeros en su territorio de duelo. ¡Entren todos a vestir el ojoso manto de la fiebre y conocer el temblor seráfico de la anemia o la transparencia cerosa del cáncer que guarda su materia muchas noches,
hasta desparramarse en la blanca mesa iluminada por un alto sol voltaico que zumba dulcemente! ¡Adelante señores! Aquí terminan los deseos imposibles: el amor por la hermana, los senos de la monja, los juegos en los sótanos, la soledad de las construcciones, las piernas de las comulgantes, todo termina aquí, señores. ¡Entren, entren!
Obedientes a la pestilencia que consuela y da olvido, que purifica y concede la gracia.
¡Adelante! Prueben la manzana podrida del cloroformo, el blando paso del éter, la montera niquelada que ciñe la faz de los moribundos, la ola granulada de los febrífugos, la engañosa delicia vegetal de los jarabes, la sólida lanceta que libera el último coágulo, negro y ya poblado por los primeros signos de la transformación. ¡Admiren la terraza donde ventilan algunos sus males como banderas en rehén! ¡Vengan todos feligreses de las másaltas dolencias! ¡Vengan a hacer el noviciado de la muerte, tan útil a muchos, tan sabio en dones que infestan la tierra y la preparan! |
Morada
Se internaba por entre altos acantilados cuyas lisas paredes verticales penetraban mansamente en un agua dormida.
Navegaba en silencio. Una palabra, el golpe de los remos, el ruido de una cadena en el fondo de la embarcación, retumbaban largamente e inquietaban la fresca sombra que iba espesándose a medida que penetraba en la isla. En el atracadero, una escalinata ascendía suavemente hasta el promontorio más alto sobre el que flotaba un amplio cielo en desorden. Pero antes de llegar allí y a tiempo que subía las escaleras, fue descubriendo, a distinta altura y en orientación diferente, amplias terrazas que debieron servir antaño para reunir la asamblea de oficios o ritos de una fe ya olvidada. No las protegía techo alguno y el suelo de piedra rocosadevolvía durante la noche el calor almacenado en el día, cuando el sol daba de lleno sobre la pulida superficie. Eran seisterrazas en total. En la primera se detuvo a descansar y olvidó el viaje, sus incidentes y miserias. En la segunda olvidó la razón que lo moviera a venir y sintió en su cuerpo la mina secreta de los años. En la tercera recordó esa mujer alta, de grandes ojos oscuros y piel grave, que se le ofreció a cambio de un delicado teorema de afectosysacrificios. Sobre la cuarta rodaba el viento sin descanso y barría hasta la última huella del pasado. En la quinta unos lienzos tendidos a secar le dificultaron el paso. Parecían esconder algo que, al final, se disolvió en una vaga inquietud semejante a la de ciertos días de la infancia. En la sexta terraza creyó reconocer el lugar y cuando se percató que era el mismo sitio frecuentado años antes con el ruido de otros días, rodó por las anchas losas con los estertores de la asfixia… A la mañana siguiente el practicante de turno lo encontró aferrado a los barrotes de la cama, las ropas en desorden y manando aún por la boca atónita la fatigada y oscura sangre de los muertos.
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Las plagas de Maqroll
“Mis Plagas”, llamaba el Gaviero a las enfermedades y males que le llevaban a los Hospitales de Ultramar. He aquí algunas de las que con más frecuencia mencionaba:
Un gran hambre que aplaca la fiebre y la esconde en la dulce cera de los ganglios. La incontrolable transformación del sueño en un sucederse debrillantes escamas que se ordenan hasta reemplazar la piel por un deseo incontenible de soledad. La desaparición de los pies como última consecuencia de su vegetal mutación en desobediente materia tranquila. Algunas miradas, siempre las mismas, en donde la sospecha y el absoluto desinterés aparecen en igual proporción. Un ala que sopla el viento negro de la noche en la miseria de las navegaciones y que aleja toda voluntad, todo propósito de sobrevivir al orden cerrado de los días que se acumulan como lastre sin rumbo. La espera gratuita de una gran dicha que hierve y se prepara en la sangre, en olas sucesivas, nunca presentes y determinadas, pero evidentes ensus signos: un irritable y constante deseo, una especial agilidad para contestar a nuestros enemigos, un apetito por carnes de caza preparadas en un intrincado dogma de especies y la obsesiva frecuencia de largos viajes en los sueños. El ordenamiento presuroso de altas fábricas en caminos despoblados. El castigo de un ojo detenido en su duro reproche de escualo que gasta su furia en la ronda transparente del acuario. Un apetito fácil por ciertos dulces de maizena teñida de rosa y que evocan la palabra Marianao. La división delsueño entre la vida delcolegio y ciertas frescas sepulturas.
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Moirologhia *
* Moirologhia es un lamento o treno que cantan las mujeres del Peloponeso alrededor delféretro o la tumba del difunto. |
Se hace un recuento de ciertas visiones memorables de Maqroll el Gaviero, de algunas de sus experiencias en varios de sus viajes y se catalogan algunos de sus objetos más familiares y antiguos
Soledad En mitad de la selva, en la más oscura noche de los grandes árboles, rodeado del húmedo silencio esparcido por las vastas hojas del banano silvestre, conoció el Gaviero el miedo de sus miserias más secretas, el pavor de un gran vacío que le acechaba tras sus años llenos de historias y de paisajes. Toda la noche permaneció el Gaviero en dolorosa vigilia, esperando, temiendo el derrumbe de su ser, su naufragio en las girantes aguas de la demencia. De estas amargas horas de insomnio le quedó al Gaviero una secreta herida de la que manaba en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable. La algarabía de las cacatúas que cruzaban en bandadas la rosada extensión del alba, lo devolvió al mundo de sus semejantes y tornó a poner en sus manos las usuales herramientas del hombre. Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva.
La carreta Se la entregaron para que la llevara hasta los abandonados socavones de la mina. Él mismo tuvo que empujarla hasta los páramos sin ayuda de bestia alguna. Estaba cargada de lámparas y de herramientas en desuso.
Letanía Esta era la letanía recitada por el Gaviero mientras se bañaba en las torrenteras del delta: Agonía de los oscuros Y así seguía indefinidamente mientras el ruido de las aguas ahogaba su voz y la tarde refrescaba sus carnes laceradas por los oficios más variados y oscuros.
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Lieder
II
Lied en Creta A cien ventanas me asomo,
IV En un jardín te he soñado… Jardín cerrado al tiempo
Lied de la noche La nuit vient sur un char Y, de repente,
Lied marino Vine a llamarte |