El luchador
La lucha más vana es luchar con las palabras. Mientras tanto luchamos mal rompe el alba. Son muchas, yo solitario. Algunas, tan fuertes como el jabalí. No me juzgo loco. Si lo fuera, tendría el poder de encantarlas. Mas frío y lúcido, aparezco y quiero asir algunas para mi aumento en un día de vida. Se dejan enlazar, tontas a la caricia y de súbito huyen y no hay un mal presagio y no hay crueldad que las traiga de nuevo al centro de la plaza. Insisto, astuto Busco persuadirlas. Fingirme esclavo de rara humildad. Guardaré sigilo de nuestro comercio. En la voz, ningún amargor de aversión o disgusto. Sin oírme se deslizan, continúan levísimas y me vuelven el rostro. Luchar con las palabras parece sin fruto. No tienen carne ni sangre… Entretanto, lucho. Palabra, palabra (digo exasperado), si me desafías, acepto el combate. Quisiera poseerte en este descampado, sin seña de uña o marca de diente en esa piel clara. Prefieres el amor de una pose impía y que venga el gozo de la mayor tortura. Lucho cuerpo a cuerpo, lucho todo el tiempo, sin mayor provecho que el de la caza al viento No encuentro indumentaria ni formas seguras, es fluido enemigo que me dobla los músculos y se ríe de las normas de la buena pelea. Me eludo a veces, presiento que la entrega se consumará. Ya veo palabras en coro sumiso: ésta ofreciéndome su viejo calor, otra su gloria y su misterio, otra su desdén, otra sus celos; y un experto amor me enseña a disfrutar de cada palabra su esencia, el sutil gemido. Mas es ¡ay! el instante de entreabrir los ojos: entre beso y boca, todo se evapora. El ciclo del día ora se concluye y el inútil duelo jamás se resuelve. Tu bello rostro, oh palabra, resplandece en la curva de la noche que me envuelve. Tamaña pasión y ningún peculio. Cerradas las puertas, la lucha prosigue en las calles del sueño.
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