Carta de amor
Pienso en las holoturias angustiosas que a menudo nos rodeaban al acercarse el alba cuando tus pies más cálidos que nidos ardían en la noche con una luz azul y centelleante. Pienso en tu cuerpo que hacía del lecho el cielo y las montañas supremas de la única realidad con sus valles y sus sombras con la humedad y los mármoles y el agua negra reflejando todas las estrellas en cada ojo ¿No era tu sonrisa el bosque resonante de mi infancia no eras tú el manantial la piedra desde siglos escogida para reclinar mi cabeza? Pienso tu rostro inmóvil brasa de donde parten la vía láctea y ese pesar inmenso que me vuelve más loco que una araña encendida agitada sobre el mar. Intratable cuando te recuerdo la voz humana me es odiosa siempre el rumor vegetal de tus palabras me aísla en la noche total donde brillas con negrura más negra que la noche. Toda idea de lo negro es débil para expresar la larga ululación de negro sobre negro resplandeciendo ardientemente. No olvidaré nunca Pero quién habla de olvido en la prisión en que tu ausencia me deja en la soledad en que este poema me abandona en el destierro en que cada hora me encuentra. No despertaré más No resistiré ya el asalto de las grandes olas que vienen del paisaje dichoso que tú habitas. Afuera bajo el frío nocturno me paseo sobre aquella tabla tan alto colocada y de donde se cae de golpe. Yerto bajo el terror de sueños sucesivos agitado en el viento de años de ensueño advertido de lo que termina por encontrarse muerto en el umbral de castillos desiertos en el sitio y a la hora convenidos pero inhallables en las llanuras fértiles del paroxismo y del objetivo único pongo toda mi destreza en deletrear aquel nombre adorado siguiendo sus transformaciones alucinantes. Ya una espada atraviesa de lado a lado una bestia o bien una paloma cae ensangrentada a mis pies convertidos en roca de coral soporte de despojos de aves carnívoras. Un grito repetido en cada teatro vacío a la hora del espectáculo indescriptible. Un hilo de agua danzando ante la cortina de terciopelo rojo frente a las llamas de las candilejas. Desaparecidos los bancos de la platea acumulo tesoros de madera muerta y de hojas vivaces de plata corrosiva. Ya no se contentan con aplaudir aullando mil familias momificadas vuelven innoble el paso de una ardilla. Decoración amada donde veía equilibrarse una lluvia fina en rápida carrera hacia el armiño de una pelliza abandonada en el calor de un fuego de alba que intentaba hacer llegar al rey sus quejas así de par en par abro la ventana sobre las nubes vacías reclamando a las tinieblas que inunden mi rostro que borren la tinta indeleble el horror del sueño a través de patios abandonados a las pálidas vegetaciones maniacas. En vano pido la sed al fuego en vano hiero las murallas a lo lejos caen los telones precarios del olvido exhaustos ante el paisaje que retuerce la tempestad.
(Traducción de Emilio Adolfo Westphalen)
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