Laderas
Piedra quemada por la nieve, piedra mordiendo el corazón de las noches cuajadas, piedra contra los pinos raídos de los oteros y contra los manantiales que salpican la sombra, un silencio de piedra, una gran ausencia de piedra en la azotada Cepeda en donde todo arde con lentitud de siglos amenazados y amenazadores: nubes, estériles lejanías barridas por una ferocidad de cuchillos, tierra en continuo ardor de cicatrices, frío contra los huesos calcinados de la Historia, gran profundización en la Nada heladora, río arriba, sereno río arriba con sueños que el tiempo destrozara (los mosaicos contienen la ebriedad de otros hombres, los canales y estanques la razón en huida, la punta de una lanza el dominio que no sabe de la esclavitud), río arriba penetras en el Teleno acorazado de nieve, vas ardiendo con las sacudidas plateadas de los álamos, y los vapores de las tierras auríferas abrillantan tus ojos, son como cirios los ojos en los confines dolientes y enlutados de la tarde, en el límite que abarca los campos de centeno, transición hermosa y brutal de los soles ardidos a las nieves fundidas, de la luz vaciada a la sombra completa, de la nada a la nada, y, sin embargo, hay un fulgor de oro fundido en la punta de las astas de los ciervos solitarios, un tiempo detenido en el que todo empieza a revivir, acaso la esperanza de un tiempo de misterios trascendidos, un espacio sonoro en lo profundo del bosque que se atreve a negar la muerte que adoran, la muerte con que nos amamantan, y hay en la oquedad del ocaso una brava y oscura enramada que es como las venas de la piedra, que es como un árbol de sangre derramado en la piedra, como una enorme soga de raíces que asfixia los sarcófagos, el mármol, cada hueco donde aún se reverencia la huesa más hedionda, oh, sí, seguid el curso en llamas de los ríos, las luminarias misericordiosas de las aldeas, más arriba, robándole al tiempo cada dogma, acercaros al corazón convulso de la nieve, que os cerquen los colmillos del hielo, mirad la tierra a vuestros pies sin los ojos sajados, sin el alma sajada, pues hay un tiempo detenido y cuajado en la montaña, en el pulmón de la noche astral, que le escupe a la Muerte.
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