Giacomo Casanova acepta el cargo de bibliotecario que le ofrece, en Bohemia, el conde de Waldstein
Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes. Con la Revolución Francesa van muriendo mis escasos amigos. Miradme, he recorrido los países del mundo, las cárceles del mundo, los lechos, los jardines, los mares, los conventos, y he visto que no aceptan mi buena voluntad. Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso ser soldado en las noches ardientes de Corfú. A veces he sonado un poco el violín y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia con la música y arden las islas y las cúpulas. Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú he viajado en vano, me persiguen los lobos del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas detrás de mi persona, de lenguas venenosas. Y yo sólo deseo salvar mi claridad, sonreír a la luz de cada nuevo día, mostrar mi firme horror a todo lo que muere. Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca, traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces, sueño con los serrallos azules de Estambul.
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