No se aloja en los mesones sino bajo el cielo estrellado
¡Cuánto estuvimos en el puente que tiembla! ¡Ay qué tiempos, Dios!
Cancionero de peregrinos
cabalgaban bajo la Vía Láctea, pues sólo de fiar son las estrellas en los siglos oscuros cabalgaban y aquí, junto a estos sotos, bendecían los trinos y las fuentes, el ocio se tornaba en oración porque lo impenetrable comenzaba tras los primeros montes penumbroso era el bosque de carvallos y hediondas vaharadas de un mar desconocido e inhumano, de helechos machacados, de pellejos de buey, de establo, de horca, desembocaban de cada sendero noble Señor de Alsacia o Lombardía, ¡qué acerbo era entonces el recuerdo, qué lejanos los ojos de la joven esposa viendo a las meretrices en los pórticos con los cabellos cargados de bayas! el milagro brotaba del cayado, de las tocas de encaje de los búlgaros, de las campanas y se convertía en sangre el agua de los monasterios, el milagro espantaba al cazador, envenenaba al ciego la salmodia, enervaba a los potros en los vados cuanto con ansia se soñó algún día mirando el vino de los jarros rotos, mordisqueando el mendrugo de centeno, ahora era un misterio inextricable Caballeros de Dios se amedrentaban al ver las torres y elevarse el mar sobre la línea de los horizontes, pálidos como el alba unos enloquecían mientras otros con horror y con dudas presentían la luz o la negrura del sepulcro
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