Córdoba arde eternamente sobre un río de fuego
En este edificio que había sido mansión romana y palacio árabe, luego se estableció la Inquisición desde 1490 hasta 1821. (De una Guía de la ciudad.)
(Viendo la muchedumbre de papeles y libros sediciosos que nos vienen de Francia, convendría que todos fuesen quemados. Y otro tanto se haga con los que hablan de gramática, retórica o dialéctica o cuantos nos contagien con esta pestilencia.) Y en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo empezaron a arder los libros de la Ciencia, a cegarse los arcos, a abrirse en los muros la sonrisa de acero de las verjas, a razonar desde la sinrazón, a vivir desviviéndose. Durante cuatro siglos aquí tuvo su sede la Santa Inquisición. (Acudimos al breve remedio a que, en conciencia, estamos obligados para aplacar a nuestro Señor, que está ofendido, pues están estos reinos cercados de enemigos.) Las soberbias estatuas de mármol sin cabeza comenzaron a cimentar los muros de conventos y ermitas. Con un templo querían ocultar otro templo. No sabían que todo espacio es sagrado cuando se está pensando en la Divinidad. Durante cuatro siglos la vida fue una historia enterrada en el sueño de frescos y mosaicos. Dejó el agua de ser en los jardines agua para pasar a ser agua bendita. Mas no podían contener los muros la fiebre de la sangre, y en el aire el azahar arrastraba aún los besos de los siglos pasados. (El justo Dios discierne la vida de los hombres haciendo a unos siervos y a otros Señores para que la licencia y el mal obrar del siervo la reprima el poder de los que le dominan.) Quisieron ir sembrando en el verdor ceniza, sepultar los aromas de la luz en las fosas, someter cada cosa a la monotonía de la espada y el dogma, pero bajo la tierra había resonancias de músicas, y cascos sobre los empedrados, provocación de rosas oscuras y jazmines, labios que musitaban en las diversas lenguas, los rumores nocturnos de acequias y de cedros. (¡Oh virtuosa, magnífica guerra, en ti las querellas volverse debían! Esforzábase el obispo —¡Dios qué bien lidiaba!— dos moros mató con lanza y cinco con espada. ¡Qué maldita canalla! ¡Perros herejes, ministro soy de la Inquisición Santa! Y hervía el aire infectado de negras oraciones, fueron llenando todos los rincones de cruces y, desde entonces, el limoso curso del río no ha cesado de ir sobrecargado de lujuria. Durante cuatro siglos aquí tuvo su sede la Santa Inquisición, pero bajo las losas crecían los rosales de la verdad, se abrían paso los manantiales, continuaba incesante el abrazo de los amantes muertos. (Señor, Señor, corrigiendo hemos ido tu obra, la hemos fundamentado sobre la autoridad, el misterio, el milagro.) De pozos secos, de estanques cegados por las piedras asciende la tormenta negra de los relinchos de miles de caballos y el sabio, indomable, como tormenta guarda celoso en el centro de su cerebro toda la verdad recibida de la Naturaleza. Había cansinas músicas y rancias oraciones derrotadas por cada atardecer morado y vaciaba el cielo sus estrellas mojadas en la yerba piadosa que no sabe de dogmas. (Que los delitos son: el ser judaizante o morisco, el pecado de la fornicación, blasfemia, brujería, herejía. Y sean los castigos: cárcel, confiscación o sambenito, reprimenda, galeras o destierro, azote, suspensión, despedida, hoguera…) Uno a uno destrozan los frisos y cercenan las columnas rosadas, mas de ellas va saltando la sangre como fuente y en los muñones roídos de cada capitel las zarzas siembran gozo y ocultan el pecar furtivo de los jóvenes. Sueños de Oriente y sueños de Occidente eran un solo sueño en los jardines de esta ciudad cuando llegó la Santa Inquisición. (Los leños, la bayeta, cera amarilla, obra de tablado y cadalso, milicia y pintado de esfinges, las toquillas, la cera y las largas túnicas con sus cruces, comida para el Santo Tribunal y Ministros…) Vendan los ojos, atan lentamente las manos a argollas y maderos, pero la vida aúlla dentro de cada cárcel como un enorme animal herido. Y esa incesante pira que alzan en las plazas, va avivando mil fuegos de libertad serena en cada corazón de los humanos. (Tras el mucho penar lo sacan y lo arrojan al suelo y le escupen, le tiran de las barbas, le dan mil bofetadas, lo llenan de incontables afrentas y denuestos. Gritan a voz en cuello: ¡Muera el traidor a la patria! In nomine Pater et Fili et Spiritu Santo…) ¡Oh ignorancia, cuadrada locura española! Hoy la ciudad arroja fuego de sus pulmones, se rebela en sus ruinas contra los nuevos bárbaros, ve arder jubiloso el mal sueño del ayer, los huesos calcinados de sus inquisidores.
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