Se te olvida
Se te olvida que fuimos tristes. Se te olvidan las altas copas de cipreses en la calle de Tourville, las comidas frías en los cuartos de hotel y la interjección del silencio a mitad de los sueños. Se te olvida que mucho antes también quisimos ser felices, llenar de risa habitaciones alquiladas con penuria y caricias, frente a chimeneas prestadas, de un placer tercamente inacabado. Se te olvida que el óxido se encargó, a pesar de tanta resistencia, del ruido del propósito. El puño amenazante y el grito, entremezclados, mordieron el fino encaje de los cuerpos, su calor y su armonía. Se te olvida que una vez, muchas mañanas, nos dijimos adiós, hasta luego, es una lástima, piensa en mí, etcétera, sin rencor, pero también sin prisas compartidas. Hubo cárceles para ambos y siempre la esperanza —el error— y otra vez, pesadillas abismales. Y entretanto, se te olvida que siguieron pasando los años. Y eso sí, qué lástima.
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