Cama con espejos
Ese mandarín hizo de todo en esta cama con espejos, con dos espejos: hizo el amor, tuvo la arrogancia de creerse inmortal, y tendido aquí miró su rostro por los pies, y el espejo de abajo le devolvió el rostro de lo visible; así desarrolló una tesis entre dos luces: el de arriba contra el de abajo, y acostado casi en el aire llegó a la construcción de su gran vuelo de madera. La estridencia de los días y el polvo seco del funcionario no pudieron nada contra el encanto portentoso: ideogramas carnales, mariposas de alambre distinto, fueron muchas y muchas las hijas del cielo consumidas entre las llamas de aquestos dos espejos lascivos y sonámbulos dispuestos en lo íntimo de dos metros, cerrados el uno contra el otro: el uno para que el otro le diga al otro que el Uno es el Principio. Ni el yinn ni el yang, ni la alternancia del esperma y de la respiración lo sacaron de esta liturgia, las escenas eran veloces en la inmovilidad del paroxismo: negro el navío navegaba lúcidamente en sus aceites y el velamen de sus barnices, y una corriente de aire de ángeles iba de lo Alto a lo Hondo sin reparar en que lo Hondo era lo Alto para el seso del mandarín. Ni el yinn ni el yang, y esto se pierde en el Origen.
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