No le copien a Pound
No le copien a Pound, no le copien al copión maravilloso de Ezra, déjenlo que escriba su misa en persa, en cairoarameo, en sánscrito, con su chino a medio aprender, su griego traslúcido de diccionario, su latín de hojarasca, su libérrimo Mediterráneo borroso, nonagenario el artificio de hacer y rehacer hasta llegar a tientas al gran palimpsesto de lo Uno; no lo juzguen por la dispersión; había que juntar los átomos, tejerlos así, de lo visible a lo invisible, en la urdimbre de lo fugaz y las cuerdas inmóviles; déjenlo suelto con su ceguera para ver, para ver otra vez, porque el verbo es ése: ver, y ése el Espíritu, lo inacabado y lo ardiente, lo que de veras amamos y nos ama, si es que somos Hijo de Hombre y de Mujer, lo innumerable al fondo de lo innombrable; no, nuevos semidioses del lenguaje sin Logos, de la histeria, aprendices del portento original, no le roben la sombra al sol, piensen en el cántico que se abre cuando se cierra como la germinación, háganse aire, aire-hombre como el viejo Ez, que anduvo siempre en el peligro, salten intrépidos de las vocales a las estrellas, tenso el arco de la contradicción en todas las velocidades de lo posible, aire y más aire para hoy y para siempre, antes y después de lo purpúreo del estallido simultáneo, instantáneo de la rotación, porque este mundo parpadeante sangrará, saltará de su eje mortal, y adiós ubérrimas tradiciones de luz y mármol, y arrogancia; ríanse de Ezra y sus arrugas, ríanse desde ahora hasta entonces, pero no lo saqueen; ríanse, livianas generaciones que van y vienen como el polvo, pululación de letrados, ríanse, ríanse de Pound con su Torre de Babel a cuestas como un aviso de lo otro que vino en su lengua; cántico, hombres de poca fe, piensen en el cántico.
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