Tullido
En cierta ocasión miré a un tullido. Respiraba con lentitud sus últimos días de blanca peste. Miraba con sus ojos cavernosos, pidiendo aire. Gesticulaba con desesperación moviendo sus manos desgastadas. Más tarde, en la casa oscura y polvorienta de un barrio, me dije que hubiera preferido ser un alto girasol, en un jardín campestre, que levanta su rostro café-dorado ante el verano, bañado por la lluvia y cubierto por el rocío, mezclado entre amapolas y montones de malvas; mirando maravillado, noche tras noche, las claras procesiones en silencio que hacen las estrellas.
|