Lamento del tiempo (fragmento)
Nací cuando el mundo amanecía y por eso conozco los amaneceres: el amanecer del valle deseoso o el amanecer del monte que desea. Los amaneceres son como las personas; como el maizal que anhela al maíz y como el mar que suspira por los barcos. En cualquier gran deseo de belleza está tu amanecer, el mío, el de todos. El constructor y el caritativo son como una estrella perdida o el temblor de la Luna, ellos saben el porqué de buscar en los mares profundos, han buscado y buscan a sabiendas de que el amor es un círculo que nunca termina y miran al amor como una rueda que no cesa de girar y girar. El amor puede ser de dura carnalidad que llora por su deseo; o un delgadito horizonte de aire, mucho más delgado que la nívea lana tejida en punto fino, y más fino que la desvaneciente neblina azul que soplada se la lleva el viento de ayer. Hay hambrientos para un pan sin nombre, y están lejos del polvo de esta dura Tierra, así como lejos de la hoguera del sosegado Sol. Soplen en este instante, vientos, ustedes que son tan vetustos en el arte de soplar. El roble que crece a la orilla del río y el pino posado entre las rocas mecen sus brazos con el suave silbido del viento o con el fuerte rugir del vendaval.
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El viento esculpe figuras en la arena, y forma frescos bosquejos que nunca se acaban. El hielo y el viento son más pacientes que la eficacia. El hielo es capaz de inclinar montañas porque es un gigante inmensurable. El Sol rige las luces del valle y transforma sombreros en zapatos, y viceversa, antes de pasear nuestra larga mirada.
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Los rosados pezones de la Tierra en primavera, las largas pestañas negras en el rostro del verano, las mieses sonrientes del otoño leonado, el silencio de la tierra que se cubre de nieve; lanzan sus improperios al frío o al calor de las desnudas posesiones que se visten y se desvisten. Todo esto lo sabe el mar. Fuera del mar todos los seres se arrastran.
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A las ruedas insertadas en ruedas, a las hojas envueltas en hojas, a los vientos que vuelan, a las hojas serpentinas, a los engranes de las semillas, a los disparos espirales de las gotas de lluvia— ¿qué les puede decir la Tierra giratoria? ¿cómo, un melón, podría dar las gracias; o la calabaza mandar sus bendiciones?
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En los arrojos ansiosos del mar dispuso Dios la precisión y los acordes musicales que se oyen en las profundidades de los peces lejanos color violeta que se mueven entre el destino verdemar y la promesa azul celeste. El mar comparte sus riquezas— ¿cómo y con quién? A estas playas emigran las aves y a ellas vuelven siempre siguiendo las frescas curvas del vuelo. A estas aguas emigran los peces y a ellas vuelven siempre sondeando las viejas aguas. Nacen para el cielo y el mar y siempre vuelven para renacer. El mar comparte sus riquezas por amor a las alas y a las aletas que siempre regresan al nuevo cielo azul, que siempre renacen en el nuevo verde mar. Si la langosta gris-verde pudiera hablar, ¿qué nos diría de sus secretos? Si la blanca gaviota pudiera pronunciar una palabra —¿cuál diría?, ¿qué palabra de blanco plumaje?
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Entre las formas y sus sombras, en las marchas forzadas de los animales, en los espacios abiertos, en lo escondido y lo medio escondido ¿quién es el cabecilla? ¿Yo? ¿El Hombre? ¿Estoy por encima del género humano? ¿De dónde vine? ¿Qué hago ahora y a dónde iré? ¿Hay alguna forma de regresar? ¿Y a dónde podría desear mi regreso? ¿Me lo han dicho mis sueños o mis anhelos, al ver lo que fui, al ver lo que soy? Por esto es que el hombre se habla a sí mismo sobre lo amargo, lo dulce, lo amargodulce, y ha escuchado cómo lo comparan: camina como gallo, es bravo como un león, fiero como un tigre, terco como una mula, sórdido como piojo, loco como una pulga, suave como gatito, viscoso como es el pulpo, un simple pobre pez. Y él se dice a sí mismo: soy sólo un parpadeo, un corazón de pollo, un cara-de-chango. Presta atención, y escucharás: soy una bestia que salió de la selva. Hombre soberbio como un pavo real que se mira en espejos que él mismo hace. Pero no soy sino la suma de todos los animales. Una mezcla de sombras de lavanda con gorilas lejanos. La selva llora su muerte súbita o lucha —como las límpidas crías que viven en ella, entre los matorrales. Mezcla al remoto pasado y verás a las crías saliendo del fango marino. Ponte en el verde del mar incansable. Resaltará el cloro y las místicas sales, lo que formó a los vertebrados. Largo camino de los mamíferos masticando a sus víctimas para dar de comer a sus cachorros la leche del pecho. Padres y madres que lucharon con hambre y, entre ellos, se cortaron la yugular. Sobre la tierra y sobre las mujeres apareció la risa y el lenguaje. Piensa que este misterio no tiene final, y luego agrégale el misterio. El recuerdo va lejos. Tengo pies, alas y aletas. Vivo sobre la tierra, en el mar y entre el aire. Yo corro, vuelo, me escabullo, acecho y mato para comer. Soy el primero entre los que matan y comen. Soy el cabecilla. ¿De dónde salió este fardo que cargo desde ayer? ¿Qué son los sueños pasados? ¿Quejas? ¿Sombras? ¿Qué jerga, qué farfullada, debo olvidar? He sido un turbio plasma dentro del mar, me torcía torpemente, dejaba de ser torpe y volvía a la torpeza. He sido una maraña que fluctúa y se frota, que pulula y se divide para volver a vivir. He sido una gota gelatinosa que se incomoda con el golpe plateado de la luz, y canté: Ser-Ahora Ahora-Ser-Ser-Ahora Ser. He sido un niño que se arrulla chapoteando en el fango del mar y estuve pegado a una concha esperando que la marea me trajera de comer. He sido un pez pequeño comido por el grande y yo mismo, de un rápido bocado me he comido a diez peces más chicos que yo. He sido un camarón, entre millones, para alimentar a un millón de pececitos y terminar en panzas de grandes peces. En los siete mares, en un vasto y abatido mar de la Tierra, he comido y me han comido, he trabajado y haranganeado. Viví entre el mar y la tierra, nadé y me arrastré, tuve aletas y piernas. Viajé con montones de gusanos de tierra pulverizando las piedras calizas hasta hacerlas arcilla. Encajado como un tornillo me transformé en espiral pura: imagen de lo que no tiene principio y nunca termina. "Esta es la imagen con la que vivo, es mi forma exterior para estar aquí, mientras mi seca interioridad me lanza al torbellino del aire diáfano". He viajado entre astillas y lodo y correas ondulantes para construirme una casa sobre un arbusto. He subido al cielo azul con una alondra por compañera, en el amanecer de un verano, y caímos gorjeando sobre las ramas de un platanal. Las aves oropéndolas me consideraron de su especie. Las garzas me enseñaron a ponerme de pie y a revolearme en el pasto para limpiar mis alas y elevarme con las patas hacia atrás. Yo fui un pelícano torpe que voló muy bajo por la costa de la Florida cargando a su cachorro. Estuve entre flamingos color de rosa, en inmensas lagunas, contemplando la salida del Sol. Soy tan negro como un cuervo graznante. Me embriago con los trigos matinales de los gorriones y los sinsontes y con el gorjeo de los cardenales y con el silbido del pájaro rojo que vuela entre bosques de pinos al principio de abril en Wisconsin. He trabajado en el servicio de limpieza, en los basureros del mar y de la tierra. La langosta rojiverde me dijo cómo se gana en la sobrevivencia. Me escabullí entre majaderos y abúlicos clavándole mi pico a la carroña de un caballo Me alimenté donde mis tatarabuelos se han alimentado. Conozco las cuasi-palabras lánguidas de la mosca, de la pulga, del chaquiste y del mosquito. Estuve en una carnada de vampiros e hice lo que la sed ciega me ordenó que hiciera. Un piojo ansioso de su rojo alimento me dijo que encontraba muchos nutrientes en mi sangre. Formé pandillas con los gusanos para limpiar los cadáveres hasta dejarles los huesos relucientes. Soy un saltamontes que en un brinco pasa sobre cien saltamontes. Yo susurro con las abejas diligentes bajo el pesado Sol en los huertos de manzanas. Haranganeo con otros insectos saltarines aparentando conocer las solemnidades. Trepo con las arañas por escaleras, nidos y marcos de ventanas, con los hilos que yo mismo fabrico. Soy la hormiga que construye recámaras y galerías arquitectónicas. Soy huevo, capullo, polilla. Cuento mis anillos negros y amarillos de oruga Me muevo poco a poco con los gusanos y avanzo kilómetros perlados de verde en los meses de verano. Me he arrastrado por senderos cenizos de gorgojos y otros insectos barrenadores comiéndome lo que dejan en el camino Nací fuera de tiempo, en la mañana; y en la tarde, por mi vejez, morí. Volví a nacer convertido en polilla con círculos dorados sobre mis alas de lavanda. He zigzagueado entre insectos color agua entre los blancos lotos y los nenúfares. De mi garganta plateada, en el rocío del amanecer, salió una llamarada latigueante, una y otra vez, como si una lenta Luna de oro marcara el tiempo de la ascención.
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