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Cavafis |
Las calles de Alejandría están llenas de polvo, el resoplido de carros viejos y un clima ardiente y seco cerrándose en torno a cada cosa viva. Incluso la brisa trae sabor a sal. En el letargo de las dos de la tarde hay un ansia secreta de humedad y el tendero busca en sueños, con obstinación, la áspera suavidad de una lengua inventando la piel. Bebe con avidez el agua amarga de la siesta y despierta cansado por ese insecto que vibra insistente. La frescura de la tarde desaparece también y su única huella fue este sudor nervioso y el bullicio que minuto a minuto agranda los cafés. Pasan los muchachos, en grupo, alborotando y aquel hombre comprende que ninguna palabra logrará atrapar sus siluetas. La noche devora y confunde haciendo mas largo su insomnio, más hondos sus pasos por sucias callejuelas. El amanecer lo encontrará contemplando ese velero que abandona el muelle y atraviesa la bahía, rumbo al mar. |