Cómo me dejas, amada, del Erebo expulsado en ese inhóspito Rodopi que se aproxima al bosque, a las bayas bicolores, a los frutos maduros, creando follaje tocando la lira con el dedo en la cuerda.
¡Tres años ya entre la tormenta del norte! Es dulce pensar en la muerte, tan lejana, se oye la clara voz, se sienten los besos, los efímeros y los profundos también, ¡pero tú vagarás entre las sombras!
Cómo me dejas, por las ninfas de los ríos acosados, llamado por las bellas de las peñas, arrullado: "en el bosque desierto sólo faunos y sátiros, mas tú, poeta, inauguras la luz de bronce y un cielo de golondrinas... desaparece el canto... ¡Olvidar!"
¡Amenazan...!
Y una extraña mirada fija. Y una grande, manchada, jaspeada, de piel multicolor ("amapola amarilla") seduce con humildad y alusiones de castidad, con lujuria... (¡púrpura en la copa del amor...!) ¡En balde!
¡Amenazan...!
No, tú no pasarás, tú no cambiarás en Yole, Dríope, Procne; tus rasgos no se mezclarán con Atalanta, si me es posible, con Laíada, llamar a Eurídice...
Pero... ¡amenazan...!
y aquí las piedras no siguen ya a la voz, al poeta, el follaje en las hojas crece, la azada espiga en silencio desnuda...
ahora indefenso para la carnada de las perras, para la disolución... ahora ya la pestaña húmeda, el paladar sangra... y aquí la lira... bajo el río... y las riberas cantan...
|