Dale a tu dicha, a tu muerte, sueño y antepasados confundidos, esta hora, su petición está tan plena de corimbos ebrios, guadaña y verano por el campo conducidos, cántaros y jícaras dulce y cansadamente se hunden.
Tú debes darte todo, nada te dan los dioses, date el leve fluctuar entre rosas y luz, a todo el azul del cielo, date en su hechizo, escucha los postreros cantos callando.
Tú que fuiste tanto uno y lo sombrío has hecho, ah, ya te llama el puro callado y cancelado camino, ah, ya la hora, esa leve en la luz del telar que de rocas y asientos cantando las parcas hilan.
Tú fuiste el gran renunciador,* el llanto pendía contigo, y el llanto es agua dura que sobre rocas cae, todo se ha cumplido, llanto e ira no, todo deslumbra ondeándote en rosas y luz.
¡Oh, dulce hora. Oh, envejecer! Ya el blasón regalas: toro entre porta antorchas y la antorcha disminuye, ahora desde costas y riberas, de un mar de naranjos hondo de pululantes esfinges conducen las sombras.
Si todo te has dado tú solo, date entonces la última dicha, regresa a los olivares y a sus columnas, ah, ya has perdido miembros y en tu postrer mirada se elevan los heraldos de este mundo plenos de rosas y luz.
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