Tierra pura
Todo lo que pudo ser premio, duración del premio como consistencia, y castigo como recuerdo, ya pasó —¡hijo mío!—. Ahora tú recibes el espejo de señales de otras manos. Son médicos que curan por potencias extrañas, azogadas de terror para repetirte como nada, pues quedas afuera. Temblor es el recuerdo mientras agonizas de cielo en cielo, cayendo en el ascenso, porque tu dios te alza para oírte sonar en cáscara y mortaja y formas en deshielo. La forma que fue tu patrimonio terrestre sucedió sola en continuo aprendizaje de tambores sobre el sur del mundo, allá donde tropeles se extenúan en conquistas polvorosas. Pareciera que duermes al despertar de ti ante los olfatos de las bestias mayores inclinadas sobre tu sepulcro, que quieren izarte hacia su banquete, pero sólo sonríen, untándose el hocico en el gran candelabro de arcilla. Y caes nuevamente en la tierra pura, desnudo. Grano pelado, premio de varas que llovieron sobre tus huesos, para escogerlos sobre el palmo creciente del estío. Te detiene la tierra contra el fuego. Esta es tu repetición de cuerpo y cuerpo para las siembras —como una ondulada música de óvalos—. Penetra y recomienza, como la planta de maíz que se enarbola a sí misma sobre la limpidez de un solo grano, aquel que fue pensado para tallo por la mente enterrada en cada foso.
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