Origen
Ahora sé que me dieron esta alma en medio de una batalla. Alucinado por las cerillas enemigas, miré el cadáver de mi madre bajo el Cisne que la amaba. Vine a diferenciarme de vosotros, Parientes, Minerales, Arcángeles. Mi infancia no os perteneció. Me alimenté solo, como un espejo extraviado en el fondo de un bosque. Mi cuna fue el festín en la bola de barro. Devoré las rodillas de mi nodriza, sorbí los largos ojos de las mujeres que me veían salir de un ángel y fui aceptado con el vestido de la oruga blanca. Entre huestes remotas y nombres hereditarios, luché, ensangrentado de Misericordia y de Crimen. (Oh la tremenda víspera de venir al Mundo con los ajusticiados. En la materia termina el entusiasmo del Altísimo). Iba mi madre a lejanías iguales por el cuarto. Un hombre, en la litera plana de los santos, envejecía antes y después de mí. Tomaba su café profundamente como si fuera agonizando a sorbos; se peinaba con un peine de hueso reidor, miraba su ataúd de madera de maíz. Qué terror descendía de los costados lluviosos de la escuela. La misa cargada de madera y de fuego, como un barco. La campanilla en todos los rincones de la sala como un rocío que peligra y vuela. ¡Aquellas vacaciones! Ya nunca volverán. Escondí en el granero mi bolsa de libros forrada en vacarí. Tuve un sombrero azul en el fondo de una fotografía, entre la floresta de papel de una velada en un día montañoso de Diciembre. Adiós. ¡Aquellas vacaciones! Salíamos a las praderas. Antes, el perro dirigíase a una flor oculta y la mojaba apoyando una pata en un difícil lugar del paraíso. Breves espigas mordían la falda de mi madre y le acompañaban a la cama. Mientras la noche dura los más bellos escombros atraviesan el campo. Los árboles se inclinan sin ser vistos a recoger las flechas ligeramente húmedas que les alegran. Los viejos toros rumian dentro de sus esfinges, los antiguos arrieros hablan con los caballos desvelados antes de ser destruidos por el alba. Inocencia, te miraron mucho los grandes ojos de los animales domésticos, recién apeados del coito con tristeza de peones engañados. Padres míos: Yo sé que vosotros, en vuestro vaso ceremonial, fabricáis a escondidas de los niños infelices pasatiempos de carne que os avergüenzan cada mañana. Vuestras manos, padres míos, huelen como las pieles que el Océano expulsa: Adiós. En las oscuras nalgas de las criadas indias, vuestros azotes serán memorables como la piel de la cebra sacudida a la luz del Relámpago. Adiós. Cuidad, pues, las plantas forrajeras, los ejidos, los sepulcros; el alumbrado público que tiende sus ácidos globos sobre las barracas populares en las Noches de San Juan. Adiós. Mirad: Ya se desnuda la séptima mujer de nuestro padre. El vello de su vientre, como el as de corazón negro sobre el lecho. Hay actos de adivinación en lo más delgado de las puertas. Oíd: Ya llegan los adultos a morir entre el blanco aluvión de sus sábanas. Ya vienen a encadenarnos hasta el alba. Partimos: Nacemos en un cielo sucesivo En el plumaje que tira sobre las Reinas el Viejo Sembrador. Pero la luz de los delgados resquicios de la mano como un hermoso rostro conocido mil años atrás nos despierta empobrecidos. También yo soñé. Vi una mujer que acumulaba rollos de purpúreas telas alrededor de la varilla pálida de su alma. Conversé con los jóvenes idólatras que pulen sus gargantas antes de ser ahogadas en los estanques de los Teólogos. Payasos tristes cavaban el harina de sus pieles para mostrarme úlceras suplicantes. Vi los traspiés de los enanos bajo las alas de las patinadoras. Oí rugir el té que, en su postrera tarde, sorben llorando los Capitanes náufragos. Vi las columnas que tartamudean frente al sol. Hace cien épocas tuve un misterioso instante de amor que he olvidado y ya no soy aquél. Hace olas de tiempos en el Tiempo, fui llamado al confín de los Mayores y recibí mi sombra. ¡Ya no soy, pues, el que escondíais en el Ovario de la Gran Estatua Sentada durante las lluviosas tardes del Sur Ecuatoriano! Ya no soy el que escondíais bajo la nube de testigos falsos, al paso de la mujer desnuda y despeinada que vuela sobre los párpados de los adolescentes. Sin embargo, alguien debe continuar atado a la cabellera que brota de la vertiente de la Salvaje Madre. Alguien debe continuar la escritura del dedo en el polvo. Alguien debe continuar la caza del papagayo a lo largo del cielo deshojado. Alguien debe continuar el canto del Hombre Claroscuro de la Noche. Alguien debe continuar la agonía de los Mayores sobre la mesa errante del pañuelo de maíz.
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