Material de Lectura

Nota introductoria

 

No sin la presentación simultánea del original francés y de su versión española me hubiera atrevido a componer este breve espicilegio de Stéphane Mallarmé, cuya obra ha constituido siempre uno de los desafíos más arriesgados para los traductores que muchas veces, en el intento, se han revelado como excelentes poetas al rebasar, esquivar o absorber el original pero sin conseguir jamás en otra lengua su equivalente exacto. El honor de la diferencia no reside en ninguna característica propia de la lengua francesa (que, sobre todo en los niveles de la lectura poética, es casi igual que la nuestra) sino en la originalidad del lenguaje poético de Mallarmé.

Ese lenguaje discurre dentro de un sistema como de vasos comunicantes entre la cosa y su ausencia; la imagen es la ausencia de la cosa y la cosa es el conjunto de cualidades de que carece y que la definen como cosa ausente, nulificada o, para emplear una expresión cara a Mallarmé, “abolida”, devuelta a la nada de su inanidad sonora mediante una escritura sometida a los más arduos rigores de una metafísica desolada y terrible y a los más enrarecidos preceptos de una poética limítrofe de la Alquimia.

Transcurrida entre 1842 y 1898 la vida de Mallarmé sólo registra un acontecimiento digno de ser tenido en cuenta: la revelación que tuvo en 1866 de que el mundo era un libro que él estaba escribiendo, obra pura soñada en la que se ocuparía hasta el fin de su vida. Obra que se realiza en la Nada —espacio nulo en el que tiene lugar el poema, Ánfora del Universo, escombros de los magníficos desastres que el alma sufre o representa en el escenario sombrío del Silencio, ahí donde el lenguaje nace y muere como Fantasma Puro de sí mismo, como expresión del Vacío y de la Nada.

 
Se supone que Un coup de dés sería un fragmento mínimo de esa gran obra soñada. Valéry, que conoció esta prodigiosa construcción poética en su estado de pruebas de plana exclama: “Donde Kant, bastante ingenuamente tal vez, había creído ver la Ley Moral, Mallarmé percibía sin duda el Imperativo de una poesía: una Poética... Él ha intentado... elevar en fin una página a la potencia del cielo estrellado.”

 

Salvador Elizondo