Brindis fúnebre2
a Théophile Gautier
¡Oh tú, de nuestra dicha el emblema fatal!
¡Salud de la demencia y pálida libación, No a la esperanza mágica del corredor ofrezco La hueca copa en que áureo monstruo sufre! Tu aparición no habrá de serme suficiente: Yo mismo te he guardado en un lugar de pórfiro. El rito de las manos es apagar la antorcha Contra el pesado hierro de la fúnebre losa: Y apenas ignoramos que a nuestra fiesta vienes Porque es fácil cantar la ausencia del poeta Que este bello sepulcro encierra toda entera. Si no es más que la gloria ardiente del oficio Llegada la hora común y vil de la ceniza Orgullosa descienda por el claro orificio Y torne hacia los fuegos del puro sol mortal!
Magnífico, total y solitario, así Tiembla ante el falso orgullo de los hombres. Esta turba mezquina ya lo anuncia: que somos` La triste opacidad de nuestro espectro futuro. Mas desprecié el lúcido horror de una lágrima Blasón de duelo que orna el vano muro Cuando sordo a mi sacro verso que no lo alarma, Uno de estos paseantes, ciego, impasible y mudo, El huésped de su vago sudario, en el héroe Virginal de la póstuma espera se transmuta. Vasto abismo traído en la masa de bruma Por el viento irascible de sus palabras tácitas, La nada había abolido a este hombre hace mucho: “Recuerdo de horizontes ¿qué es, oh tú, la Tierra?” Clama el sueño y, voz de alterada claridad, Todo el espacio juega con el grito “¡No sé!”
Al pasar el Maestro, con su mirar profundo Del edén apacigua la inquieta maravilla Cuyo espasmo final sólo en su voz aviva Para el Lirio y la Rosa el misterio de un nombre. ¿De todo este destino queda algo todavía? Olvidad, oh vosotros, creencia tan sombría. El genio, espléndido y eterno, no arroja sombra alguna. Yo, atento a vuestras ansias quiero volver a ver Al que desvanecido ayer en la tarea Ideal que nos imponen los jardines del astro, Sobrevive para el honor del tranquilo desastre Una agitación solemne por los aires De palabras, púrpura ebria y clarísimo cáliz Que, lluvia y diamante, la mirada diáfana Posada entre las flores sin marchitar ninguna Aísla entre la hora y la alborada!
Es el único sitio entre estos bosquecillos Donde el poeta puro con gesto humilde y amplio Impide el paso al sueño, enemigo de su arte: Para que en la mañana de su reposo altivo, Cuando la antigua muerte sea como para Gautier No abrir ya más los ojos sagrados y callar Surja, de la avenida tributario ornamento, El sólido sepulcro que guarda lo que turba El avaro silencio y la masiva noche.
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