La siesta de un fauno4
Égloga
el fauno:
Estas ninfas quisiera perpetuarlas.
Palpita su granate ligero, y en el aire dormita en sopor apretado.
¿Quizá yo un sueño amaba? Mi duda, en oprimida noche remota, acaba en más de una sutil rama que bien sería los bosques mismos, al probar que me ofrecía como triunfo la falta ideal de las rosas.
Reflexionemos...
¡Si las mujeres que glosas un deseo figuran de tus sentidos magos! Se escapa la ilusión de aquellos ojos vagos y fríos, cual llorosa fuente, de la más casta: mas la otra, en suspiros, dices tú que contrasta como brisa del día cálida en tu toisón. ¡Que no! que por la inmóvil y lasa desazón —el son con la frescura matinal en reyerta— no murmura agua que mi flauta no revierta al otero de acordes rociado; sólo el viento fuera de los dos tubos pronto a exhalar su aliento en árida llovizna derrame su conjuro; es, en la línea tersa del horizonte puro, el hálito visible y artificial, el vuelo con que la inspiración ha conquistado el cielo.
Sicilianas orillas de charca soporosa que al rencor de los soles mi vanidad acosa, tácita bajo flores de centellas, DECID
«Que yo cortaba juncos vencidos en la lid por el talento; al oro glauco de las lejanas verduras consagrando su viña a las fontanas: Ondea una blancura animal en la siesta: y que al preludio lento de que nace la fiesta, vuelo de cisnes, ¡no! de náyades, se esquive o se sumerja ...»
Fosca, la hora inerte avive sin decir de qué modo sutil recogerá hímenes anhelados por el que busca el LA: me erguiré firme entonces al inicial fervor, recto y solo, entre olas antiguas de fulgor, ¡lis! uno de vosotros para la ingenuidad.
Sólo esta nada dócil, oh labios, propalad, beso que suavemente perfidias asegura, mi pecho virgen antes, muestra una mordedura misteriosa, legado de algún augusto diente; ¡y basta! arcano tal buscó por confidente junco gemelo y vasto que al sol da su tonada: que, desviando de sí mejilla conturbada, sueña en un solo lento, tramar en ocasiones la belleza en redor quizá por confusiones falsas entre ella misma y nuestra nota pura; y de lograr, tan alto como el amor fulgura, desvanecer del sueño sólito de costado o dorso puro, por mi vista ciega espiado, una línea vana monótona y sonora. ¡Quiere, pues, instrumento de fugas, turbadora siringa, florecer en el lago en que aguardas! Yo, en mi canto engreído, diré fábulas tardas de las diosas; y, por idólatras pinturas, a su sombra hurtaré todavía cinturas: así, cuando a las vides la claridad exprimo, por desechar la pena que me conturba, mimo risas alzo el racimo ya exhausto, al sol, y siento, cuando a las luminosas pieles filtro mi aliento, mirando a su trasluz una ávida embriaguez.
¡Oh ninfas, los RECUERDOS unamos otra vez!
«Mis ojos horadando los juncos, cada cuello inmortal, que en las ondas hundía su destello y un airado clamor al cielo desataba: y el espléndido baño de cabellos volaba entre temblor y claridad ¡oh pedrería! Corro; cuando a mis pies alternan (se diría por ser dos, degustando, langorosas, el mal) dormidas sólo en medio de un abrazo fatal, las sorprendo sin desenlazarlas, y listo vuelo al macizo, de fútil sombra malquisto, de rosas que desecan al sol todo perfume, en que, como la tarde nuestra lid se resume.»
¡Yo te adoro, coraje de vírgenes, oh gala feroz del sacro fardo desnudo que resbala por huir de mi labio fogoso, y como un rayo zozobra! De la carne misterioso desmayo; de los pies de la cruel al alma de la buena que abandona a la vez una inocencia, llena de loco llanto y menos atristados vapores.
«Mi crimen es haber, tras de humillar temores traidores desatado el intrincado nido de besos que los dioses guardaban escondido; pues yendo apenas a ocultar ardiente risa tras los pliegues de una sola (sumisa guardando para que su candidez liviana se tiñera a la fiel emoción de su hermana la pequeñuela, ingenua, sin saber de rubor): ya de mis brazos muertos por incierto temblor, esta presa, por siempre ingrata, se redime sin piedad del sollozo de que embriagado vime.»
¡Peor! me arrastrarán otras hacia la vida por la trenza a los cuernos de mi frente ceñida: tú sabes mi pasión, que, púrpura y madura, toda granada brota y de abejas murmura; y nuestra sangre loca por quien asirla quiere, fluye por el enjambre del amor que no muere. Cuando el bosque de oro y cenizas se tiña, una fiesta se exalta en la muriente viña: ¡Etna! En medio de ti, de Venus alegrado, en tu lava imprimiendo su coturno sagrado, si un sueño triste se oye, si su fulgor se calma, ¡Tengo la reina!
¡Oh cierto castigo...! Pero el alma, de palabras vacante, y este cuerpo sombrío tarde sucumben al silencio del estío: sin más, fuerza es dormir, lejano del rencor, sobre la arena sitibunda, a mi sabor la boca abierta al astro de vinos eficaces
¡Oh par, adiós! la sombra miro a la que tornas. |