Nota introductoria
Cuando el 3 de diciembre de 1937 se lanzó bajo las ruedas de un tren en un pueblecito de las orillas del lago Balaton, Attila József, nacido en 1905, puso punto final a una de las vidas más tensas y dramáticas de su tiempo y selló una obra poética que se situaría entre las primeras de un país que ya contaba, entre otras muchas, con las muy relevantes de Sandor Petöfi (1823-1849) y Endre Ady. La vida de Attila transcurrió entre las dos guerras mundiales y, si no conoció directamente la experiencia del terror, la destrucción y la muerte, sí le tocó sufrir las consecuencias de aquellos grandes conflictos y presenciar —en actitud de protesta, desde luego—, el surgimiento y el auge del fascismo. Si a esto añadimos la pobreza, el desamparo y la errancia, podremos componer un marco de referencias, de valor relativo, para imaginar los orígenes de una obra poética de proyección universal, aunque todavía insuficientemente conocida en nuestros países, y no sólo, obviamente, a causa de las reales, espesas barreras lingüísticas. El ámbito cultural del poeta, que llegó a poseer unas nueve lenguas, abarca los puntos cruciales de la cultura mundial. Algunos de los pensadores más avanzados de su tiempo, y de todos los tiempos, de Lucrecio a Romain Rolland pasando por Marx, contribuyeron a la formación humana de Attila. Traductor de François Villon, Arthur Rimbaud, Emile Verhaeren, Alexandr Blok, Vladimir Maiacovski, y de otros muchos poetas que de algún modo impregnaron su obra, los poetas de la Revolución de Octubre, el dadaísmo y el surrealismo ensancharon el horizonte cultural y poético de Attila József, quien, en poco más de una década de "producción", abarcó en su obra —pero no sólo en el aspecto formal— diversos modos expresivos y diversas esencias, desde la poesía popular húngara hasta la versificación según el estilo, o los estilos, de los vanguardismos europeos. Los húngaros consideran a Attila József, con toda justicia, como uno de los grandes innovadores de su lengua. Attila József afrontó con verdadera fortuna todos los temas e incitaciones de su universo poético y cotidiano, aunque en su obra podemos distinguir dos vertientes principales: la de la poesía civil y la de la amorosa, ambas entendidas en un sentido muy amplio y a partir de un concepto de la poesía que siempre tuvo en Attila a un iniciado en los misterios pero también a un navegante audaz y temerario, a un artista verdadero, a un hombre total. Como actor y testigo de su tiempo y de su clase social, a la que quiso reivindicar militando en las filas del Partido Comunista húngaro, escribió numerosos textos en los que está presente su aguda, revolucionaria visión de la realidad unida a aquella dramática búsqueda de orden, razón y saber que le urgían sus angustias y tensiones interiores. Sus poemas de amor —que pueden situarse entre los más grandes y bellos de nuestro tiempo— expresaron, en imágenes originales, las ternuras, placeres, obsesiones y desgarramientos de un amante que con frecuencia nos recuerda que el amor es también una manera, a veces desesperada, de mantenernos en contacto con el mundo, con la savia, las vísceras y el fuego de la tierra. Pero la poesía que aquí inadecuadamente llamamos civil, y la que arbitrariamente llamamos amorosa, se nos muestran, por lo general, en la obra del poeta, profunda y espontáneamente imbricadas y reducidas (¿reducidas?), por fortuna, sólo a eso: a poesía. El lector hispanoamericano lamentablemente poco enterado del patrimonio poético de algunos países privilegiados por las "musas", y que habitualmente accede a otras culturas a través de metrópolis como Francia, acaso ya conoce algo de la obra de Attila József (en La Habana, Buenos Aires, Budapest y Madrid aparecieron, en orden cronológico, colecciones de sus poemas trasladados al español). Ojalá que la selección, necesariamente demasiado apretada, que hoy se entrega al lector mexicano, le abra, de algún modo, las puertas de una obra poética de singular intensidad y, en segundo término, las de una tierra permanentemente habitada por los ángeles y demonios, por el rumor y el fuego de la poesía. Las presentes versiones, obtenidas al final de prolongados y múltiples esfuerzos, no hubieran sido posibles sin la amistad y la ayuda incondicionales de Mátyás Horanyi, Vera Szekács, Gyórgy Somlyó y András Simor. Con la ayuda de todos ellos, pero particularmente la de éste último, el que suscribe logró dar fin —es un decir— a la tarea, difícil e intrincada, pero hermosa y apasionante como pocas, de trasladar y adaptar más a nuestra lengua la obra de uno de los poetas importantes del siglo XX.
Fayad Jamís
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