Elegía
Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen, grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la azada, largas y flácidas como una flor privada de simiente o como un reptil que entrega su veneno porque no tiene nada más que ofrecer. Los que tenemos una mirada culpable y amarga por donde mira la Muerte no lograda del mundo y fulge una sonrisa que se congela frente a las estatuas desnudas porque no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro ni entregarse como una antorcha sobre los horizontes del Tiempo en una noche cuya aurora es solamente este mediodía que nos flagela la carne por instantes arrancados a la eternidad. Los que hemos rodado por los siglos como una roca desprendida del Génesis sobre la hierba o entre la maleza en desenfrenada carrera para no detenernos nunca ni volver a ser lo que fuimos mientras los hombres van trabajosamente ascendiendo y brotan otras manos de sus manos para torcer el rumbo de los vientos o para tiernamente enlazarse. Los que vestimos cuerpos como trajes envejecidos a quienes basta el hurto o la limosna de una migaja que es todo el pan y la única hostia hemos llegado al litoral de los siglos que posan sobre nuestros corazones angustiados y no veremos nunca con nuestros ojos limpios otro día que este día en que toda la música del universo se cifra en una voz que no escucha nadie entre las palabras vacías y en el sueño sin agua ni palabras en la lengua de la arcilla y del humo.
De Nuevo Amor (1933)
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