Del pasado remoto sobre las grandes pirámides de Teotihuacán, sobre los teocalis y los volcanes, sobre los huesos y las cruces de los conquistadores áureos crece el tiempo en silencio. Hojas de hierba en el polvo, en las tumbas frías; Whitman amaba su perfume inocente y salvaje y Sandburg lo ha visto cubrir las tumbas de Napoleón y de Lincoln. Nuestros héroes han sido vestidos como marionetas y machacados en las hojas de los libros para veneración y recuerdo de la niñez estudiosa, y el Padre Hidalgo, Morelos y la Corregidora de Querétaro, con sus peinetas y su papada, de perfil siempre, y Morelos con su levita, sus botas negras y su trapo en la cabeza, feroz el gesto, caudillo suriano y la Corte de los virreyes de terciopelo, hierro y encajes y la figura de cera de Xóchil descalza entre los magueyes de cera verde. Luego Iturbide en su coronación —¡y pudiste prestar fácil oído a falaz ambición!— y nuevas causas de la libertad, intervenciones de cowboys y zuavos de circo y "entre renuevos cuyos aliños un viento nuevo marchita en flor, los héroes niños cierran sus alas bajo las balas del invasor". Y Juárez, Benemérito de las Américas, para que vean de lo que son capaces los indios, en su litografía de marco dorado sobre todos los pupitres grises, decorado de moscas, sobre los pizarrones encanecidos, el Monte de las Cruces, el Cerro de las Campanas, el Cerro de Guadalupe y don Porfirio y las fiestas del Centenario a que vino Polavieja, entre otros, y las extras de los periódicos y el temblor de tierra que trajo a Madero y a la señora Sara P. de Madero. Revolución, revolución, siguen los héroes vestidos de marionetas, vestidos con palabras signaléticas, el usurpador Huerta y la Revolución triunfante, don Venustiano disfrazado con barbas y anteojos como en una novela policiaca primitiva y la Revolución Constitucionalista, Obregón, que tiró la piedra y escondió la mano y la Revolución triunfante de nuevo, la Era de las Instituciones, el Mensaje a la Nación, las enseñanzas agrarias del nuevo caudillo suriano, el Jefe Máximo de la Revolución, y el Instituto Político de la Revolución, los Postulados de la Revolución, los intereses colectivos, la clase laborante y el proletariado organizado, la ideología clasista, los intelectuales revolucionarios, los pensadores al servicio del proletariado, el campesinaje mexicano, la Villa Álvaro Obregón, con su monumento, y el Monumento a la Revolución. La literatura de la revolución, la poesía revolucionaria alrededor de tres o cuatro anécdotas de Villa y el florecimiento de los maussers, las rúbricas del lazo, la soldadera, las cartucheras y las mazorcas, la hoz y el Sol, hermano pintor proletario, los corridos y las canciones del campesino y el overol azul del cielo, la sirena estrangulada de la fábrica y el ritmo nuevo de los martillos de los hermanos obreros y los parches verdes de los ejidos de que los hermanos campesinos han echado al espantapájaros del cura. Los folletos de propaganda revolucionaria, el Gobierno al servicio del proletariado, los intelectuales proletarios al servicio del Gobierno los radios al servicio de los intelectuales proletarios al servicio del Gobierno de la Revolución para repetir incesantemente sus postulados hasta que se graben en las mentes de los proletarios —de los proletarios que tengan radio y los escuchen. Crece el tiempo en silencio, hojas de hierba, polvo de las tumbas que agitan apenas la palabra. El Himno del trabajo en la ciudad antigua, edificada sobre agua los hombres hacen puertas y levantan paredes o conducen gente de un sitio al otro o fabrican pan o vigilan las grandes máquinas que escupen su negrura sobre sus carnes flácidas o componen en plomo las frases de los pensadores o vocean la cotidiana sabiduría de los periódicos o envejecen detrás de los mostradores o de los escritorios o en las cárceles o en los hospitales o destazan la carne sanguinolenta, y la pesan o leen atentamente las ofertas de empleo en los diarios o llaman a las puertas y muestran un brazo paralizado. Pero concluido el Himno del trabajo pueden iniciar el Himno de la alegría, pueden ir a un cine y comer cacahuates o pueden escuchar en el radio una Conferencia Antialcohólica con números de música cubana o ir a tomarse un tequila a la esquina o pulque y tacos, o asistir a una conferencia sobre los anhelos y las realizaciones del Plan Sexenal. "En Rusia, compañeros, el proletariado organizado derrocó la tiranía de los zares y redujo a cenizas el capitalismo y la burguesía. El comunismo es una doctrina extraña en nuestro medio, no pudimos sostener relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, pero la Educación Socialista preparará a tus hijos a vivir el momento histórico y la realidad mexicana dentro de los postulados del Instituto Politécnico de la Revolución Mexicana. La capacitación de las masas trabajadoras, los anhelos de reivindicación del proletariado..." Le dicen los poetas proletarios: Campesino, toma la hoz y traza tu destino. (Se lo dicen en la ciudad, o por radio y el no puede escucharlos.) Los pintores lo graban en los muros de las oficinas abrazando al obrero, viendo salir el Sol de las Reivindicaciones, cargado de flores o de paja o descendiendo a las minas negras. (Él no ha visto esos muros, y en su choza cuelga un viejo almanaque de los productos Báyer o el retrato de Miss Arizona en traje de baño que cortó de un rotograbado dominical.) Cuando suele venir a la ciudad trae a cuestas dos costales de tierra de encino para las macetas de trozos de platos que adornan las casas de los pensadores proletarios o viene a venderle a mister Davis unos sarapes o a vocear lúgubremente una ruda escalera o dos petates o unos jarros toscos o chichicuilotitos vivos. Y si tiene fuerzas se llega caminando hasta la Villa de Guadalupe a encenderle una vela a la Virgen porque en su atraso y su ignorancia no sabe que ya no hay Dios, ni santos, ni cielo, ni infierno, ni que la doctrina marxista, la oferta y la demanda, la plusvalía y la saturación de la plata integran la preocupación más honda del Gobierno emanado de la Revolución. Se llega, tímido, a la elegante y sabia ciudad, vestido de manta, descalzo y callado, miedoso de los automóviles raudos y se vuelve a su tierra por los caminos desmoronados en que crece el tiempo en silencio pisando hojas de hierba, polvo de las tumbas que agita apenas la palabra. Es necesario fomentar el turismo. Cuando esté terminada la carretera México-Laredo vendrán muchísimos más Leones y Rotarios a brindar en Xochimilco por la prosperidad de México, que les queda más cerca que Egipto, relativamente, y que también tiene ruinas de Monte Albán. Los años de la depresión dejaron ya su enseñanza. Mientras Morgan y Rockefeller el maltusianismo y las sufragistas construían en el pasado siglo la civilización industrial, los ferrocarriles, los bancos y las fábricas de salchichas los B.V.D.'s, los tractores y la leche condensada sin pensar en la inmanente tragedia de la sobreproducción, Juárez dijo que el respeto al derecho ajeno era la paz y disfrutamos en consecuencia de una larga paz enajenada, turbada apenas, acaso, por la inauguración del ferrocarril que iban a ver las gentes, como al circo, por las tardes, en la estación. Fuimos inmunes al industrialismo. Nuestra paz, el silencio prenatal de nuestros campos apenas si a ratos despertaba la explosión de un cohete, de un alarido, de un balazo o de una detumescente puñalada. Todavía nos halló sentados el retorno del hijo pródigo yanqui vencido por la máquina que engendró su comodidad, aturdido, loco de ruidos industriales, misionero, turista y periodista. Vinieron en aeroplano grandes pensadores rubios. "El confort, dijo uno de ellos, es la armonía entre el hombre y su medio. Los indios, a la puerta de sus chozas, están más confortables, descalzos, qua Anatole France en zapatillas o Calvin Coolidge sorbiendo una Coca-Cola en un salón del Waldorf Astoria." Otro dijo: "Con unos cuantos tractores Ford, unos cuantos baños de Crane, algunos kilómetros de carreteras pavimentadas México sería el paraíso que no pudieron ser los Estados Unidos." Vino todavía otro, de mucho más lejos, y comparó la civilización industrial a un lirio podrido cuyo perfume le era definitivamente más grato que el de la paz prenatal regada de ocasional sangre, sólo interrumpida, a ratos, por el estallido de un cohete que mira el indio, confortable a la puerta de su choza, ignorante de lo que dijeron los pródigos pensadores. De todas maneras el despertar de los anhelos de las clases laborantes del campo y la ciudad... Crece el tiempo en silencio: hojas de hierba, polvo de las tumbas que agita apenas la palabra.
De Poemas proletarios
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