Gaspar, el cadete
Adoraba su uniforme de gala con los botones limpios, brillantes. Todo el primer año le fue duro y hostil, la iniciación en que los mayores le pegaron llamándole "potro" y arrebatándole la comida hasta hacerlo sentir que su niñez había terminado, que tendría que valerse por sí mismo en adelante y que ya su familia le sería extraña. Ya en el segundo se había disciplinado y había aprendido a "hacer marrulla", a saltar la reja, de noche, para ir a la galería del cine cercano y al mismo tiempo su cuerpo iba endureciéndose dándole la euforia de una madurez vigorosa que lo tenía siempre de buen humor entre los compañeros de su "antigüedad". El tercer año pasó muy rápidamente —los años pasan muy rápidamente— y fue nombrado sargento de su compañía lo cual le dio el sentido de la autoridad que ejercitaría ya muy pronto cuando saliera a filas, el año próximo y no tuviera ya que ir a formar toda la tarde el primero de septiembre mientras el Presidente leía su Informe a las Cámaras y llovía tanto. Es injusto que el "pre" no sea mayor conforme uno crece porque sus necesidades son más urgentes y grandes y a veces no tenía nadie cigarrillos. El curso de táctica, los viejos profesores, las prácticas en los pueblos cercanos, el encierro forzoso, relativamente, de toda la semana, todo esto terminaría muy pronto con la ceremonia de Entrega de Espadas, la adscripción a batallones y regimientos, el sueldo y el vistoso uniforme de gabardina, con una barra.
De Poemas proletarios (1934)
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