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El pontífice |
Vivo en el descalabro. No he podido aliar mi voluntad a una ortodoxia firme, clara y segura. Dudo y persisto en la búsqueda de un cordel pendiente del aire, de lo innombrado, de lo que da sentido a la noche lunar, a la mañana descubierta por pájaros sedientos, a la tarde sentada en la banca del parque, a tu calma cuando al final del amor te ocupa la plenitud del cuerpo. No puedo aceptar el orden preciso de las creencias. Cuarenta y seis años en el mundo me han dejado la certidumbre de que aquí hay un engaño, un retorcido truco, algo que sobrecoge al desamor, algo trivial y blando, algo tan natural como la sangre. A nada puedo aferrarme y no protesto o me doy por vencido. Tal vez esta búsqueda y la certeza del engaño sean una oscura forma de la gracia. |