Hugo Gutiérrez Vega Nota introductoria de Pedro Serrano Selección de Carlos Monsiváis |
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Nota introductoria |
Dudo y persisto en la búsqueda de un cordel pendiente del aire Siempre hay, en la obra de un poeta, poemas que mejor definen sus dudas, sus intereses; que mejor definen, en suma, al poeta. "El Pontífice" es, creo, un poema con estas características. Poema personal, íntimo, usa el título como un espejo, que a su vez se ve reflejado en el espejo fijo del destino. La duda, el pontífice, el destino; son los tres planos en los que se mueve el poema. El poeta es, entonces, el que predice, el que sabe, el que duda. O al revés: el que duda, el que por dudar sabe, el que por saber puede decir, puede predecir. "Vivo en el descalabro", comienza este poema, y Gutiérrez Vega es un poeta que antes que nada, duda, y dudar es para él aventarse al vacío, a la conciencia del dolor y a la imposibilidad de la certeza. Así, antes de descalabrarse, decide hacerlo. Podría decir también: vivo por el descalabro, porque, como dice en otro poema, no es la luz, sino un fantasma de ella, un fantasma reconocido, un fantasma sabido lo que lo hace continuar, lo que lo hace, luego del naufragio, desplegar las velas, las más altas, y zarpar, "esperando un naufragio más profundo". Poeta consciente, poeta amargo por lo tanto, sus bromas son a veces más duras, más desoladoras que sus quejas y su poesía, como el amor, lleva esa almendra amarga del que acepta el destino, del que lo conoce y acepta, del que, a fin de cuentas, lo inventa. Porque la poesía es esa creación desengañada, esa ficción aceptada y asumida, y los mejores poemas de Gutiérrez Vega son aquellos que, aceptando el engaño, lanzan sus velas para que el desastre, para que el naufragio, sean mayores. Dudar es, en cierto modo, desencantarse. Pero el desencanto, a veces, es también aceptar que lo único posible es volver a dudar, volver a desencantarse. No esa realidad, sino ese movimiento, esa posibilidad, ese ser posible de las cosas es la poesía de Gutiérrez Vega. Poemas como "El Pontífice", o como "Variaciones sobre una Mujtathth de Al-Sharif Al-Radi", o "Golfo de California", son ese movimiento de la nueva duda, de la que nace después del desencanto, de la que hace posible el poema, y la vida de nuevo. Son ese "aguijón de un mar cansado" que "clava sus espuelas en el costado del vacío", que hace que el poeta asuma su destino, acepte la tragedia de la imposibilidad de salvarse y, paradójicamente, en este asumir la tragedia que es vivir en duda, encuentre una nueva posibilidad, una duda continua que lo destruye y lo crea, que lo deshace y rehace continuamente, trágica y dolorosamente: Tal vez esta búsqueda y la certeza del engaño sean una oscura forma de la gracia. |
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Datos biográficos |
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De nuevo llegas a mi casa
de Buscado amor
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Carta al poeta José Carlos Becerra
muerto en la carretera de Brindisi
Londres, mayo de 1970 |
Samarcanda |
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Variaciones sobre una Mujtathth de Al-Sharif Al-Radi |
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de Samarcanda y otros poemas |
México-Charenton |
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Suite doméstica |
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Para la abuela que hablaba con pájaros creyéndolos ángeles |
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Una temporada en el viejo hotel |
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de Cuando el placer termine |
II |
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Golfo de California |
I Cuando el mismo suspiro del ratón macilento arañe la corteza de la casa y el búho arranque pedazos de noche con su pico curvado y amarillo; cuando la soledad sea placentera y el aire tibio ya no diga nada; cuando el sol sea una manta para las piernas ateridas y las manos descansen sobre el tumor, la conciencia servirá para hacer vendas y el cerebro se irá de paseo para cortar biznagas en el monte. En ese cuando, miraré los barcos en los que nunca iré; desmenuzaré las cartas amadas y sus pedazos caerán, como una lluvia de primavera, sobre las hojas podridas. Amanecerán las horas embalsamadas y no traerán más que sus manos mudas. En el lomo plomizo de un mar inmutable cabalgarán mis ojos y la noche encenderá hogueras en el bosque. Será hermoso perderse entre los árboles esqueléticos para despertar amortajado por el rocío, mientras las vacas son ordeñadas y el día ordena sus rebaños bajo las manos cálidas de un viento que cortará las ramas del laurel para que no me veas. II El aguijón de un mar cansado, oculto para traicionar, esperó el momento más claro para descargar su veneno. En el día perfecto, el grito fue como una irrupción de la vida en el torrente gris de lo igual. Tal vez sea cierto que el dolor nos hace vivir, que sus espuelas se clavan en el costado del vacío. Sólo cuando llega y pasa, nuestras manos aferradas a la roca, palpitan para recuperar la vida. En ese instante horrible pasa la vida delante de los ojos y pedimos más vida, bajo el horror eléctrico. Al confirmar la asiduidad del corazón, desplegamos las velas más altas y zarpamos, esperando un naufragio más profundo. |
de Cantos de Plasencia |
Oda litúrgica para "la mujer de ámbar"* |
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Como hecha de ámbar
giras sobre la tierra. No sé hasta donde pueda llegar esta ansia de buscarte, esta cansada desesperación nacida de tu huida. Hoy fue una noche grave, anunciadora de la muerte, la que me obligó a asirme de tu imagen huyendo. Mañana, el día con sol hará que no te piense y, sin embargo, estarás ahí, oculta entre las cortinas y tu cuerpo de ámbar, tu gran coño frutal, tus oscilantes uñas, tus labios inventores, tu carne de mujer mujer, tu entrega entera, tu manera de apoderarte de los momentos, tu forma de coger y ser cogida, tu certeza de vida en la mañana, tu inocente, santa, bendita, sacrosanta, litúrgica, teológica, óptica, acústica, olfativa, gustativa fornicación, levantará las sábanas abrirá las ventanas, bendecirá la carne, entronizará el gozo y santificará la noche humana. |
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Tlayacapan |
Para Claudio Favie y sus compañeros de una nueva utopía. |
La Tonantzin, fuego petrificado, |
La calaca |
En la danza
el cordel, la gritería; de azúcar es tu hueso y en tu frente la burla de la vida. La carcajada reina en el mercado con curvada alegría; la flor de la casa de los muertos, el duro sempasúchitl, decora las cazuelas de la ofrenda; las mujeres lloran embozadas —en este sitio hay que ocultar las lágrimas, sólo se admite el pálido sollozo, el discreto aletear de las entrañas— y el macho grita en su guitarra oscura las coplas retadoras: ¿"en qué quedamos pelona, me llevas o no me llevas"? Los cerros inclinan la cabeza y alguien dice en la noche creciente: "viene la muerte cantando detrás de la nopalera". La luna de noviembre es un gran cráneo y el país entero llora de risa. |
La emperatriz |
Un paisaje de minaretes, pájaros, aguas violáceas, callejuelas torcidas con gatos y palomas, turbantes, las palabras llamando, la oración en la alfombra, el pórtico que enmarca la claridad rabiosa. La emperatriz desnuda se acuesta con la luna. —El poeta oculto mira la luna de sus nalgas—. Deslumbrado agoniza el buitre del profeta. La emperatriz sonríe y envejece de pronto; cuelgan las tetas mustias y en su cruel calavera, como en la noche muerta, la luna derrotada. |
El pontífice |
Vivo en el descalabro. No he podido aliar mi voluntad a una ortodoxia firme, clara y segura. Dudo y persisto en la búsqueda de un cordel pendiente del aire, de lo innombrado, de lo que da sentido a la noche lunar, a la mañana descubierta por pájaros sedientos, a la tarde sentada en la banca del parque, a tu calma cuando al final del amor te ocupa la plenitud del cuerpo. No puedo aceptar el orden preciso de las creencias. Cuarenta y seis años en el mundo me han dejado la certidumbre de que aquí hay un engaño, un retorcido truco, algo que sobrecoge al desamor, algo trivial y blando, algo tan natural como la sangre. A nada puedo aferrarme y no protesto o me doy por vencido. Tal vez esta búsqueda y la certeza del engaño sean una oscura forma de la gracia. |
La fuerza |
Aterido, sobre la acera húmeda —en su cara la sombra del miedo acumulado—, busca el hombre su fuente de alegría. He conocido tres o cuatro hombres felices que decían sus cálidas canciones con sólo andar, con estrechar las manos, sonreír, cumplir cada jornada con naturalidad de girasoles. Tenían la plenitud en su jornal discreto, las calles sucias, la inaudita naranja en medio del invierno, una flor en el viento, la sopa compartida. Gozaban su pan, el lecho, la compañía y la espera, el sol, la lluvia, la soledad en calma y el principio de todos sus trabajos. Tres o cuatro hombres simples, fuertes y temerosos, parados en la acera, bajo el cielo de todas las ciudades, cuando suenan las alas del ángel sin memoria. |
La sacerdotisa |
Jarandilla abre la puerta al frío. La viejecita negra cuenta mendrugos, mira y la piedad le entrecierra los ojos. Me detengo y le doy una moneda, la toma y se la pone sobre el corazón. El viento de Gredos le revuelve el pelo y en la tarde las encinas son esqueletos sonoros. La primera estrella da su calma y todo se resigna a la helada. |
El diablo |
Noche sin sortilegios. En el cielo se encienden las estrellas opacas. Mañana un día trivial y de áridos trabajos descubrirá la imagen del enemigo malo. Estará en los párpados mustios del aduanero, en las manos pálidas del burócrata en su trinchera de papeles, en la desconfianza prendida del cogote del policía, en la retórica cansina del declarante, en los labios temblones del gerente. Estará adormilado entre los harapos, galopando en las panzas satisfechas, sentado en los cafés, agazapado bajo las sillas de los aeropuertos y temblando en el índice del maestro terrible. Pequeño, mediocre, aburrido, cansado, con la camisa limpia, los nuevos pantalones, caminará por todas las ciudades. Un día se quedará tendido sobre el césped, y el sandwich de jamón, la coca-cola y una hermosa manzana enmarcarán su muerte. Mas la ciudad no notará su ausencia; será reemplazado por pequeñas creaturas como tú, como yo, que no tienen la culpa, coludas, trepidantes, ojos ardientes, testas encornadas, con su horror cotidiano, corbatas nuevas, zapatos bien lustrados, tazas de té, cervezas, todas esas creaturas para la compasión, con sus noches sin magia y mañanas iguales a todas las estúpidas mañanas. |
La estrella |
Todo está en calma. La ciudad y su halo anaranjado tiemblan ligeramente cuando desde la peña los miramos. Un mundo de cabezas descansa, y los borrachos con racimos dorados, caras de dioses falsos coronados por su propia ebriedad, juntan angustia y gozo en su fiesta nocturna. El cansancio cubre los rescoldos del día y todo se junta en una gran respiración. Los cuerpos bajo las sábanas viven y se buscan en las camas desiertas. Un hombre que sueña nunca está solo, lo acompañan fantasmas de todas sus edades, las figuras de todas las edades del mundo. Al abrir la ventana se aferra al último vestigio de la noche: la estrella matutina. Todo está en calma; sobre la gran cabeza brillan las estrellas; en el cielo hay caminos, y esta noche todos tenemos alas. |
El juicio |
Esta carta aparece al lado del espejo. Se reflejan los símbolos usuales y una guirnalda rota se enrosca en las paredes. "No soy el primer hombre que va a morir", y sin embargo sobrecoge este fracaso natural. Hay que cubrir el papel con la dignidad de un cómico viejo, hacer el mutis sin aspavientos para no robarnos la escena; pedir que no nos sobrevenga el sentimiento de dejar huérfano al mundo; evitar las declaraciones finales, los testamentos sacros, la efusión de moralina y la escena de "la muerte del justo". Irse como todos los seres humildes y pequeños de la naturaleza: los perros callejeros, las flores silvestres y los elegantes paquidermos que se ocultan en el bosque. Tal vez una mueca ante el dolor; todo debe recordar al cine mudo y homenajear en silencio a Buster Keaton. |
El emperador |
de Tarot de valverde de la vera |
La estación destructora |
¿Dónde te esconden, oh consuelo del mundo? Novalis |
de Buscado amor |
El lamento de Paddington (fragmento) |
2 La Madame Sosostris de Eliot echa las cartas en Paddington; me entrega un esqueleto. Qué buena suerte, un esqueleto con corona imperial en este crepúsculo vegetal de Paddington. Mañana empezaré a dejarme el bigote, visitaré los pubs y hablaré en voz muy alta. Madame Sosostris me dice que aún puedo beber muchas tazas de té. Mi cuarto de hotel bajo la lluvia de semanas, mis zapatos, mi abrigo, todo lo que es mío, todo lo que soy yo, mi colección de máscaras para mirar la vida o para que la vida me mire a mí. Los poemas que escribo, este contar las sílabas, la pobre artesanía con que hago mis palabras; todo se agita bajo la corona imperial. Si pudiera robar esta carta la pondría sobre mi cama de hotel y le diría a la vieja camarera española que es un recuerdo de familia, un escudo nobiliario, una máscara definitiva; la máscara del día en que a pesar del silencio en que caeremos, no lograremos descubrir nuestros rostros. Estoy seguro de que ella reirá y me dirá que el café con leche se está enfriando. |
de Resistencia de particulares |
Letanías de la madrugada |
2 Las ocho palabras del encantamiento, el círculo de ceniza... a las doce de la noche las brujas de Macbeth cantarán de nuevo. las palomas negras rondarán ciegas por los campanarios. Esta noche andan sueltos los presagios por las calles de los cinco continentes. Hemos de inventar nuevas palabras para encantamientos. Las viejas brujas cuentan sus huesos de gato sobre el terciopelo negro y no hay respuesta. Las ramas del árbol santo recorren los cuerpos pero cae la gota serena; ya no hablan los ojos de los gatos, no hay respuesta en el caldero de los sortilegios. El sacerdote quema incienso y no hay respuesta. Digamos palabras… una, dos, cien, mil palabras; hagamos ruido con huesos frotados, campanas benditas, matracas de cuaresma, magnavoces, grabadoras, claxons, gargantas, trompetas, tal vez se haga el milagro y se descifren los signos en la madrugada de los aeropuertos. |
de Desde Inglaterra |
Finale |
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Debería callarme el hocico y evitar las calles adyacentes. Voy exhibiendo la cabeza rota, los agujeros de los pantalones, el corazón que por barroca vanidad espero que algún día sea trasplantado a un negro de sudáfrica. Debería callarme el hocico y escribir solamente en los retretes alumbrado por fósforos, hacer grandes graffiti con carbón y terminarlos con la punta de la nariz. Yo nací en un mundo tan solemne, tan lleno de conmemoraciones cívicas, estatuas, vidas de héroes y santos, poetas de altísimas metáforas y oradores locales; en la ciudad que tiene siempre puesta la máscara de jade y de turquesa, y como ahí nací debería callarme el hocico y pintar solamente en los retretes. |
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Nota roja |
A Cesare Pavese |
Salir una mañana de la casa sin tomar el café, sin decir nada, sin besar ni a la esposa ni a los hijos. Salir e irse perdiendo por las calles, tomar aquel tranvía, recorrer el jardín sin ver que el sol va colgando sus soles diminutos de la rama del árbol. Recorrer el jardín sin ver que un niño nos está contemplando, sin ver las cabelleras rubias, morenas, pálidas. Pasar cargando una sonrisa muerta con la boca cerrada hasta hacer daño. Entrar en los hoteles, hallar uno silencioso y lejano, tenderse entre las sábanas lavadas y sin decir palabra, sin abrir la ventana para que el sol no meta su esperanza apretar el gatillo. He dicho nada, ni el sol, ni la flor que nos dieron las muchachas. |
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