1 Ríen o gritan los lobos desde el mar. En su comarca de durísima espuma bajo nubes de sales imbatibles y en un viento horizontal de rocas girantes gritan y preparan (carne dispuesta y mordidas destrucciones piel perfecta y semen) los crueles ciclos las cosechas del otoño. Gritan o ríen y son móviles raíces hundidas y flotantes en la materia del océano pan desnudo corrompiéndose en las playas inflamadas de hambre y de sol. 2 No es la furia abismal ni el latido nocturno de los médanos. No es la Punta del Diablo ni su rojo inexpresado. No es el rastro del hombre con su canasto de prohibidas cacerías ni es el excremento emblanquecido de la gaviota agresora y mortal. No es la piedra molida que el niño usara en sus frías casas de palo ni son los metales arrugados en una cáscara final. No son los largos anzuelos y su trampa de sangre ni es la red cerrándose ni el garrote machacante ni la cuerda de asfixia ni es el cuchillo ni es el puñal. No es una sed que las moscas agudizan ni son los tres caballos de las seis patas ardidamente fatigándose ni son los cinco nombres de aquellas dos islas. No es el árbol —acacia pino costero laurel— ni es la hierba indefensa en el anchísimo ocre y el calor. Es sólo la inagotada lluvia clavándose en la arena como una torre presente y combatiente en su fuego y su ceniza. 3 Aguas de las vísceras marinas aguas de la dulce fuerza terrestre: por su calle central un caracol apoyándose en ávidos mantos de blancura con pie implacable desordena los nutrientes socavones de la costa y el único cuerno dorado se contrae y avanza tactando el olor de mezcladas burbujas enemigas pastando ácidas hierbas entre pelos y pieles de lobos asesinados rompiendo elaborados refugios de nácar y cal deshaciendo penachos branquias amapolas arrancando escamas iniciales al albatros sin viento mojado por la sal. Vuelve el agua y quema desmembrados edificios obrajes perdurables y secretos navíos y el caracol regresa a su coraza labios y lengua capturando los parasiempre sonidos del mar.
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