Hombres y mujeres, tristes compañeros, Esparcen hoy flores rojas y azules Sobre tumbas tenuemente iluminadas. Van como pobres marionetas antes de morir. Y cómo se ven llenos de miedo y humildad, Cual sombras, de pie tras negros arbustos. Los lamentos del nonato penan en el viento otoñal, Y las luces van a la deriva, confundidas. Las quejas de los amantes respiran entre las ramas Donde los cuerpos de una madre y su hijo se descomponen. La danza de los vivos parece irreal Y extrañamente dispersa en el viento vespertino. Su vida es tan atribulada, llena de plagas desoladoras. Dios tenga piedad del infierno femenino y su tormento Y esos lamentos de muerte sin esperanza alguna. Los solitarios vagan en silencio en el gran salón de las estrellas.
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