¿A mí me han escogido? ¿Por qué? ¿Qué música puedo yo tener? ¿Qué he de decir? A mí me gusta el confort, la buena vida, el buen vino, la buena plática, el café y las flores. ¿A quiénes represento? ¿De qué puedo hablar? ¿Por qué yo? ¿Por qué yo?
Canción para la golondrina
La golondrina es animal corriente, es obvia su semejanza con el torso de una mujer flaca aullando en la cama de los árboles; tocan sus plumas más ocultas las ramas con el viento; es obvia su semejanza con sus piernas, sus caderas (la línea), quizás un velo para tapar honestamente, aladamente, el pubis de la golondrina. Sólo para anunciar la lluvia viene, vuela haciendo grumos en la tierra como en el asfalto, porque no tiene prejuicios la naturaleza; abundadora de las fuentes del canto, acrecentadora del agua de las cacerolas, extirpadora de los dineros del mar mal llevado a esta gruta de dolorosa entraña, golondrina; pero insisto, la golondrina es animal corriente; no de las vigas del techo hizo su nido sino para estar atenta al doblez de nuestras horas lúbricas; espeso es el rayo de la luz que queda entre nosotros y la golondrina cuando estamos desnudos ella y yo, esta pájara y yo, esperando a que caigan las primeras gotas para romper todo hechizo de elegancia y partir soeces a otra soledad más refinada.
Yo te platico, Juan
I Tú no supiste, Juan, lo que pasó este día porque no vives en la calle de mi casa, pero yo te platico porque sé que te hace huella toda pisada sobre el mundo; yo te platico porque sé que tú quisieras estar en todas partes. Hoy un coche atropelló a una bicicleta con un niño. Ay el niño con su suéter rojo como una escultura sobre el espacio negro de la calle, ay el niño dormido junto al fierro. Yo te platico, Juan, el mustang y su dueño, la cantidad de gente que se puede juntar en un minuto, yo te platico el teléfono y el grito, pero no puedo decirte la carrera negra y roja y loca (iban los dos, porque ahí estaban los dos en su tranquila siesta) y el cinturón desabrochado quién fue, quién fue, quién fue, —iba así, venía así, cruzó, frenó y la camisa también desabrochada al hospital, al hospital, decía y el niño duerme y duerme, Juan, en los brazos de su padre.
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