Poner un pie en la tierra me llevaría sin duda al fin del mundo; un pasito tras otro, conectando el alma al alma, como cuando no podía entrar a la escuela y me echaba a caminar embelesado. Me parece sin embargo que es mía la última hora de esta tarde. La transparencia inusitada de estos aires me deja ver los montes que siempre están allí, celando la posibilidad de un vuelo más extenso Cierro un ojo y otro alternativamente para desconcertar al horizonte. Fácilmente me perdería en el sueño arreglado de los recuerdos. Sin pretensiones debo aceptar que así es la vida. Aquí estoy otra vez con mi corazón merodeante rondando sobre el mercado de esclavas. Jamás me bastará la vida, en una sola vez es imposible armar tanta pedacería. Necesito largar la pierna, largar la vena, mover el músculo del porvenir; nadie sabe de qué cosa es la vida, ni el zopilote malhecho que me está esperando ni la culta mariposa que se queda embarrada en el vidrio parabrisas. Pero aunque no sé sé que la vida me ha andado siempre cerca y que siempre he estado a punto de agarrarle un pie.
Ninón Sevilla
Querida Ninón Sevilla: quiero decirte que después de todo no ha sido tan difícil vivir como me parecía en aquellas tardes de domingo en el cine Lux; claro que mi abuela no me enseñó a quererte sino todo lo contrario pero mi educación fue tan tonta que mejor sigo puesto en tus trajes de rumba y en esa especie de turbante que le dio a mi vida, no sé por qué, la noción de la soledad. Tarde o temprano se mueve el corazón por propio impulso y va a dar derechito a su verdadero amor. Porque nadie, Ninón, sabía moverse como tú; que lo digan mis ojos. De nada me serviría ahora recordar los nombres de los nefastos galanes que rodeaban las pistas donde tú, en horas y horas de rodaje, tejiste la tela de araña en donde cayó mi gusto para siempre; ellos qué, ya se deben haber muerto, o secado y nadie puede seguir cogiendo más allá de la muerte. Ninón. Ahora que ya todo es fácil no veo por qué callar los alaridos de mis recuerdos, yo no volveré a vivir, ni tú tampoco, de manera que es bueno lo que digo. Tú eres lo que permanece, en tus caderas tan movibles está puesta toda la eternidad que yo pueda manejar; y el amor y el desamor a mi abuela, el amor y el desamor a mi padre y a mi madre, el amor y el desamor a las mujeres y el amor y el desamor a mis hijos han estado marcados por la forma en que tú movías las nalgas, Ninón, feliz de ser así, y ajena por completo a esa marca de agua que imprimías en el alma sin chiste de un niño flaquito de la colonia San Rafael. Bebe tus lágrimas
Alejandro
La persecución
1 Te persigo con muy escaso tino; no soy buen cazador pues de entre mis propias armas te escabulles doliente y me gritas de lejos que te escapas. Mañana pondré siete veces más trampas y procuraré que no queden resquicios; atacaré de frente y con venablo; si logras evadirte no dejes de tirar en algún lugar visible tu pañuelo.
Un ser mítico
Ya me veo encarnado en un ser mítico cuya gracia fuera ser un ojo ingente, pavoroso, que abarcara de sobra todo lo posible y estuviera entrenado para modificar relaciones: el efecto de la clorofila, azul; el cielo, verde; el mar, morado; las montañas, no más grandes que un señor; la tierra, plana. Y tal vez ni aun así encontraría la calma que contiene el reposado amor que sacuden en las sábanas por la mañana los viejos matrimonios. Tal vez ni aun así. Pero dejemos esto a un lado y volvamos al ojo gigantesco que surge de pronto en el horizonte y lo va mirando todo. ¡Qué estupendo calibre el que cobra así la materia! ¡Qué manera de amar de aquello que llamábamos Dios! Ya todo es posible porque todo es visto, lo más grande y lo más pequeño, lo izquierdo y lo derecho, lo dentro y lo fuera. Y el ojo así de grande y de capaz lo único que no ve es otro ojo, otro tanto semejante a sí, un ojo hembra que rompiera la línea que separa al hombre de su sueño. Pero dejemos esto a un lado y aceptemos que todo es porque sí, porque me veo ya encarnado en un ser mítico cuya gracia fuera...
|