Cuando hayan salido del reloj todas las hormigas y abran ―por fin― la puerta de la soledad, la muerte ya no me encontrará. Me buscará entre los árboles, enloquecidos por el silencio de una cosa tras otra. No me hallará en la altiplanicie deshilada sintiéndola en la fuente de una rosa. Estoy partiendo el fruto del insomnio con la mano acuchillada por el azar. Y la casa está abierta de tal modo, que la muerte ya no me encontrará. Y ha de buscarme sobre los árboles y entre las nubes. (¡Fruto y color la voz encenderá!) Y no puedo esperarla: tengo cita con la vida, a las luces de un cantar. Se oyen pasos ―¿muy lejos?―... todavía hay tiempo de escapar. Para subir la noche sus luceros, un hondo son de sombras cayó sobre la mar. Ya la sangre contra el corazón se estrella. Anoche tan claro que me puedo desnudar. Así, cuando la muerte venga a buscarme, mi ropa solamente encontrará.
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