A Fernando Lopes
La tinta de los sueños cubre las fachadas de las casas de San Miguel de los Campos. El humo de una chimenea se transforma en un estandarte. Las copas de los árboles son nubes. Los circos reivindican su lugar entre los tablados de las plazas. Las torres de las iglesias guardan la arquitectura de un silencio estremecedor de cánticos. En esta atmósfera sellada por lo fantástico, San Jorge emerge con su lanza y Santa Bárbara con su lluvia. Aquí, en esta ciudad de San Miguel de los Campos, lo soñado y lo vivido caen como pétalos de una misma flor. La realidad es una escalera mágica: en cada uno de sus escalones de piedra la vida canta unida a la claridad. Los días son iluminados por las estrellas. La noche lunar de las casas amarillas bebe en la luz de un sol mutilado. El mar invisible deposita la sal de su viento en las banderas alucinadas. Y más allá de las puertas y ventanas cerradas de un baldío inmóvil en su pulcra desolación, los hombres excluidos del paisaje presienten la blancura de un día que será duro y límpido como hacha de sílex.
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