A una lavadora
La lavadora apaga el esperma escurrido en tu sueño; inmóvil, como el ojo de vidrio de las muñecas, sorbe espinas y pirámides que encontraste en tu camino, limpia la mancha de alcohol y lágrima que guardabas como una cicatriz en la manga de tu levita. Una rociada lluvia de jabón en polvo cae en las entrañas del albo pájaro palpitante. Una vez más estoy inmaculado como en la mañana de mi primera comunión. El blanco más blanco del mundo me unge con santidad e inocencia. Puedo pecar de nuevo, mentir, arrojarme en la noche que brilla entre el Cristo taciturno y el cariñoso clítoris. Puedo ganar el pan con el sudor de mi frente. En el altar redondo y blanco un dios susurrante me limpia y me proteje todo el santo día.
|