El bien sea dado. El mal no resucite. Señora de la sentencia del ser, es tu reino el que recorro como el más humilde peregrino, con la fe como báculo y el azoro como único alimento. Tu vía láctea se ensancha cubierta de cercenaduras de estrellas y el santuario aguarda únicamente tu determinación. Mi esperanza se funda en el entendimiento de nuestra alcurnia y degradación de nuestra virtud y nuestro vicio de nuestro placer y atadura de nuestra generosidad y rapiña. ¿A quién amamos? Espejo de las miserias, di, espejo de la virtud, explica. Ya las cosechas no se pierden a nuestro paso ni altar se erige sobre nuestro vientre. Una es nuestra mano. Una es la mano de la alianza, una la que conduce los primeros pasos de la progenie, una la mano que se crispa ante la esterilidad, una la que rechaza la unión la misma que arranca la constelación de la matriz y la que recibe el astro de nuestro vientre. No hay a quien culpar no hay a quien agradecer. Mujeres somos desde el inicio de la gestación hasta más allá de la vida y de la muerte marcada o trunca en la estela de la descendencia. Mujer también la que acompaña nuestros pasos y exige el agua del deseo el agua de la purificación el agua de la inmundicia. No sólo para incendiar la nave hemos nacido: para tripular embarcaciones que naufragarán con nuestra sola presencia, para detener las furias del mar con el pubis descubierto y salobre como un mascarón de proa ante la tormenta. Cese el canto de las sirenas, llanto de mujeres que se acostaron con ángeles del infierno. Y no entre la nostalgia heredada en nuestro lecho. Nuestro lecho sea de paz o de grandes batallas de placer, nuestro lecho sea de soledad elegida. El humo del sacrificio asciende cuando la ofrenda es un animal enfermo o el hijo más amado: las prostitutas y las vírgenes las madres o las yermas las solas y las ayuntadas entre sí las parejas fornicando y los pequeños animales domésticos que no quisimos ser. Paraíso perdido isla encantada tierra de promisión de tu entraña surge el volcán que ha de sepultarnos. Apartemos los vestigios de todos los templos mientras la luna se revierte en el espejo de nuestro universo múltiple. La manzana es de piedra y latente está la semilla de la sierpe que no ha de devorarse a sí misma.
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