No sé cuál es ahora el nombre de los hijos que parí. En mi memoria sólo el vértigo de arrullarte. Sol en mis pechos.
Aún guardas mis prendas exquisistas en percheros de blancas astas —ciervos de tu primera cacería—
De mi vida anterior sólo recuerdo cuando mi arado tropezó con la piedra ritual que veneré estremecida.
Premonición. Cambiaron mis humildes faenas por la tarea de ser tu ama de cría.
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Las mujeres más jóvenes las mujeres más viejas no tienen tu sabiduría ni tu elixir. Unas perfuman mi lecho. otras perfumarán mi féretro. Tú, en cambio, llenas galerías. Conmigo resplandeces cuando me aplico en las artes marciales, cuando estudio las leyes divinas, cuando alzo mi copa y escucho canciones de amor profano.
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Nodriza enloquecida que ha perdido su crianza. Varón que no parí pero durmió en mi seno hasta la pubertad. Llevo el destierro hundido en mis costados. Hoy nadie creería al verme una mendiga que amamanté al joven príncipe como a un cervatillo.
***
Voy traspiés, dando traspiés alrededor de la ciudad prohibida. Mientras tú, en el último balcón, lloras también por mí. Sé que tus lágrimas se habrán secado antes de que traspase la puerta del tambor batiente. Que mi exilio de ti que tu exilio de mí es definitivo. Olvidé mis caminos más viejos, no hay rencor. Repaso en mi mente las cartografías con que te ilustraban los sabios en busca de un lugar que me dé sombra
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