I
Danza nocturna de cascos en la piedra, el joven Wang cabalga con la lanza de su padre a la primera cacería. Ah, tal es su suerte, cacería inicial: un jabalí de presa y el murmullo del grillo.
II
En la tribulación, en la discordia, mis dos hermanas no fueron desposadas. La más joven murió y la mayor no tuvo quien prodigara su soledad con versos y canciones. En mi vieja habitación el viento entró para llevarse el dolor que ya no me pertenece.
III
Murió sin fin la vieja Low Yan amenazada de ser eterna errante: carecía de deudos rezadores.
IV
Quién fuera aquel que se perdió en las dunas, a quien el sol tomó en un abrazo. Kuan Yin, de rostro femenino, Lun Yi, mis reducidos pies... Se fue rayando el Gobi sin tributarme más que este delirio, aceptada condena.
Ay, el lamento de mi voz. ¿En dónde estuvo el volumen de mis ojos? Aquella tarde me creí ciega. La melodía cesó. Ya no está aquel que volvía por las tardes con la presa en las manos. Ya no canta Sun las seis canciones. Errante, en el vino y la flor, no supo contenerse en mi mirada. Ay, el dolor que me dejó.
V
Paseo la mirada por el estanque, como un pez dorado lo recorro.
VI
En el té de jazmín dejo mis ojos. En el tazón que humea y se apacigua dejo mis ojos de mañana. En el aroma de ayer que tiene un sorbo, en la porcelana de los días festivos dejo absortos mis ojos.
VII
Entre mariposas y sauces bien nacidos se desliza: hoja desprendida en el estanque, y es el agua una tibia limadura
VIII
Olor de insectos es el pozo, tan sólo dije ah... y la humedad arrebató mi voz.
IX
En la terraza las aves duermen cubiertas con suaves lienzos. Mi soledad es una pequeña ciudad sitiada.
X
Nada se agita en este verde prado. Ni la melancolía por el guerrero más audaz, ni la precisión de Li Jua en su lenta gimnasia. Su cuerpo, una estatuilla, un dios sin pretensiones. Inicia un solo movimiento tapando la luna con la mano. Mansión de mármol es la luna. La otra mano se une acariciando la esfera, jade blanco en sus largas uñas. Una pierna se contrae, lenta pesquiza, sus brazos se prolongan en languidez de pesos desiguales. Un violento virar desde su planta lo sacude pero no altera el ritmo del paisaje.
XI
Toma la voz del grillo que durmió el verano en mis solapas.
XII
Escribo a Chan Min Shu un poema de despedida. Pekín está cubierto de nieve, ella pinta perdices, las perdices escriben en la nieve.
XIII
Interrupieron mi labor mínimos matices modificando el tedio. Desde mi regazo las cuentas se dispersaron, rodaron hasta la ofrenda última del día: de inciensos y oraciones cubro su partida, se torne seda la muralla a su paso, notas de dulzaina su regreso.
XIV
Anticipo mis pasos al canto de las primeras aves, un rumor se agranda en el envés de las hojas y en el trajín de los insectos. Al amanecer, el puente de piedra indaga sobre viejos exilios y mi alma deja de ser un filamento.
XV
Ceremonia al despertar el año. Ruido de cigarras prisioneras anuncia los pasos del que viene. De estandartes y signos precedido, precedido también de sacerdotes y letrados, capitanes bajo la púrpura del palio. En ese prisma del tiempo, en esa furia marcada de batallas, su figura se mueve con el paso suntuoso de un pavorreal a punto de iniciar la danza: Tsao-Tsao, general y señor de las cosechas y el buen vino.
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