La voz, orillada como una lanza lejos de la contienda, tañido apenas sobre el fluir del tiempo, dialoga con la muerte. En cada advenimiento de dolor se funda. Pero nada es violencia, es sólo un lento sacrilegio que no toca los límites.
La voz, irisada en su propio templo se mitiga, se posa al fondo, diluye su resonancia antes del canto por ese desafío que todo lo cicatriza antes de la expiación.
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