Sin misericordia he hurgado la conciencia del alba. Nada ha quedado ya. Absolución y sentencia son ahora un ojo muerto en su misión más clara. La fatiga de Dios está dispuesta a lo ancho de los caminos. Pero otra celda en la que vi mi cuerpo, otra voz asidero del sueño, dispersaron el último impulso de sosiego. Días para confirmar nuestra indigencia amorosa. Tribulaciones en donde brotan las flores de la disipación.
Tu cuerpo, incauto amor, tus huellas apenas se marcaban...
Las blandas hojas propiciaron tu marcha. Los juegos quedaron pendientes bajo la higuera y la caricia de la siesta dobló su fronda.
Desventurado el juego que deslinda tu mano de la cabalgadura. Era el jadear de los perros la soledad de nuestro parentesco, la última visión de la viudez temprana en el único sitio vulnerable: el quicio de la puerta.
A tu paso se desvanecen los últimos humores de la tierra. El paisaje respira inalterable. Se repiten caseríos y plazas en la profusión de tus oficios: espantador de aves, pastor de los ganados, escanciador del vino. Y en parajes sombríos tuviste que guarecerte de nuestra propia delincuencia.
Ay, la tierra que labramos juntos... La más fiel de sus guirnaldas perecerá bajo mareas ajenas.
Los suburbios del aire hacen su convite. Alimañas se nutren en el estanque. Pequeños cascos cimentaron tu bautisterio en la desolación.
Sean tus ojos la única sedición de mansedumbre, melancolía que se liquida en ámbar como la cicatriz de un amuleto.
Violenta tu silenciosa travesía, tan violenta a veces que tuviste que trastocar el vicio del recuerdo.
Se diluye tu arrebato concebido una noche de fuegos artificiales Se hinca el viento con más fuerza la arena se precipita en la pendiente y en la tregua la ventisca es más benigna que tu llanto.
Errante, vuelvas para escanciar el vino, porque al dejar la casa te llevaste, entre tus males, mi vecindad dormida.
Sobre mi piel se vuelca el zureo de las palomas. Ah, liturgia que fluye y anida en mí como un pez mancebo.
Una cigarra enciende su halo corrosivo y mi liviandad polvo de sol abre sus alas.
Entremuere la luz sobre las arcas de los despojados, las salomas del vino traspasan las alianzas. Innoble asunto nos iguala: estampas de cara al tiempo en el pavor de la conciencia, dos confesos que naufragan en una ciega hopalanda. Qué herrumbrosa heredad se ha derramado sobre el filo cobrizo y sin aliento. Al amanecer el día ha pasado por el ojo de la aguja.
Desaliñados juncos tutelan mi desesperanza. Se oyen a todas horas las controvertidas aguas anunciándose, evaporándose en la noche, llaman a tempestad, recogen sus faldines y escalan la primera colina. Se vuelven de sal los tulipanes, las puertas de la perseverancia, los mensajeros que llevan la concordia.
Las manos del orfebre se abren. El barro no se amolda más. Los escurridizos abonan sus deberes, han tomado en asolamiento los espejos, se disputan las casas de nadie, las horas de nadie. El enterrador flagela las tumbas, aclara el juego de la memoria incierta.
El agua es esa luz que se aniquila y avanza en el desierto y nos confunde. Si fuera el tiempo la medida, mi cuerpo se volvería una larva en la vegetación.
Andas, andas a tientas, bajo el blindaje de tus párpados. Lejos de las montañas de faldas menguadas, lejos de los balcones y el azoro con su forma de uña desnuda. Andas desandas la doble querella del infierno, cavas el pedestal y la sentencia en tus ojos.
Y mis ojos, únicos continentes del deseo, pequeñas cicatrices, corolas de sombra.
Ojos que en la vigilia y en el sueño destituyen castas. Una sola vez suplicaron en el vacío y las súplicas fueron contusiones al espíritu. Cuencos de la vejez en los desprendimientos sucesivos. ¿En dónde si no en la purificación de las imágenes se corrompe el recuerdo? Ojos dispuestos a la contemplación. Asediados van junto a la tropelía de las bestias, alejan su raíz de nuevo errantes. Y sólo han de volver en su alucinación.
Los cauces de los ríos se vuelcan. Sus aguas toman bajo custodia arcos abandonados, armas enmohecidas, aleros con su vanidad perezosa. Han anegado las despensas, la intimidad de la cofradía y sus insectos.
Los caminos son una sola mancha: altavoces estrangulados, roedores navegan con los dientes crecidos, huesos afloran y contaminan el retiro. El escándalo permanece en el trasiego, la plaza se adoquina de caracoles y en un pescante duerme una lubina.
¿Qué sueño errabundo ha de volver? Las migas del regreso se disuelven en el mar.
Desde la gran pupila, ventana para orientar al vértigo, emerge la nostalgia abisal, muerte de todo tiempo, voz escanciada, levitación marina:
Hermano, ausente mío, ¿con qué designación nombrar el duelo?
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