Material de Lectura

EL ÉXODO



I

EL MAL AVENTURERO

Se echó a cuestas su cátedra y, así cargado, vino
a decir a la turba de ilusos que era bueno
el oficio execrable de vivir de lo ajeno,
sin andar por los montes ni arriesgarse al camino.

Y le abrieron sus brazos los ilusos.
Concino
hallaron el discurso que fermentó el veneno
que la muerte traía.
Y al abrirle su seno,
se le tendió la mesa y agua se le previno.

El mal aventurero llegó a los pocos días
a ser como el pontífice de mi grey y el oráculo.
Y pervirtió a las almas, que dizque fueron pías.

Y siendo yo una rémora y una ley y un obstáculo,
a escoger se me puso una de tantas vías
sin coger ni mi alforja, ni mi luz, ni mi báculo.


II

LA GENTE BUENA

Lo querían los santos.
Su beatitud salvaje,
hasta mi propia puerta llegaba y me imponía
su arbitrario designio.
Y a toda costa había
que ir cerrando las puertas y emprender aquel viaje.
Sin hacer cuenta alguna de mi escaso menaje
separé cuanto suyo a mi guarda tenía:
sus papeles, sus llaves, su vivienda sombría,
sus escombros y todo.
Nada suyo me traje.
Y entregué una por una, cuanta cosa era ajena;
y una vez que ya hube todo aquello entregado,
me refugié en mi noche y abracé mi condena.
¡Si tendré o no justicia para verme tentado
a dudar de los hombres!...
Fue la gente más buena
la que me dio la espalda…
¡La que más ha rezado!


III

EL BUEN DULCERO

Dejó Damián su almíbar, nada más preparado,
y así vino a decirme:
"Señor, el odio llega,
por lo visto a su colmo.
¿Sabéis quién os entrega?
Atanasio, el que labra vuestro propio sembrado.
Sin dilación quitemos el polvo del calzado
y salgámonos presto de aquí.
La turba ciega
no sabrá la partida, como que Dios le niega,
providente, el aviso y la luz.
A mi cuidado
siento que Dios os pone."
Y el piadoso dulcero
que su almíbar dejaba y en mi ayuda venía
en la noche tremenda que en vano olvidar quiero,
a lo último díjome:
"Señor, esta es la vía.
Andadla mientras arden las estrellas.
Yo espero
que os hallaréis muy lejos cuando reviente el día."