Jaime García Terrés |
Jaime García Terrés: La eficacia secreta del sonido |
Todo poeta es un resultado colectivo y sin embargo no hay nada más personal que su producción. Como lectores nos interesan básicamente los poemas. Es asunto académico explorar las afinidades y diferencias visibles entre Jaime García Terrés y otras grandes figuras de la generación del medio siglo como Rubén Bonifaz Ñuño, Rosario Castellanos y Jaime Sabines. Si existe un denominador común para ellos es la voluntad de realidad. Hablan de lo cotidiano y emplean con suma destreza el lenguaje de la conversación. A pesar de sus transformaciones cada uno de sus textos es inmediatamente reconocible como suyo. Tienen algo más que un estilo: una voz poética. |
José Emilio Pacheco |
Nota biográfica
Jaime García Terrés nació en la ciudad de México el 15 de mayo de 1924. Publicó su primer libro, Panorama de la crítica en México, a los 17 años y a los 22 fue nombrado subdirector del Instituto Nacional de Bellas Artes y coordinador de la revista México en el Arte. Estudió estética y filosofía medieval en París. Desde 1953 fue director general de Difusión Cultural en la UNAM y de la Revista de la Universidad de México. Codirigió México en la Cultura, suplemento de Novedades, y El Espectador. Fue embajador en Grecia y director del archivo de Relaciones Exteriores. A partir de 1971 fue subdirector del Fondo de Cultura Económica y director de La Gaceta. Sus libros de poesía son: El hermano menor (1953), Correo nocturno (1954), Las provincias del aire (1956), La fuente oscura (1961), Los reinos combatientes (1962), Carne de Dios (1964), Todo lo más por decir (1971), Honores a Francisco de Terrazas (1979), Corre la voz (1980). Tradujo Tres poemas escondidos de Giorgos Seferis (1968) y compiló una antología: Cien imágenes del mar (1962). Como ensayista y cronista es autor de Sobre la responsabilidad del escritor (1949), La feria de los días (1961), Grecia 60: Poesía y verdad (1962), Los infiernos del pensamiento. En torno a Freud: Ideología y psicoanálisis (1967), Reloj de Atenas (1977), Poesía y alquimia: Los tres reinos de Gilberto Owen (1980). Fue miembro del Colegio Nacional desde 1975 hasta su fallecimiento en 1996. |
La bruja
La bruja, le decían, caminando en silencio Y "la bruja, la bruja", A la orilla del aire lloraba Y a la orilla y "la bruja", murmuran |
Una invocación (Guanabara)
¡Dientes del sur! Caverna de aire vivo. El sur nace en los barcos, Por fin, violento náufrago, Cautiva palpitante. |
Ipanema
El mar es una historia Ya se me escapan |
Después de la crecida marea
Después de la crecida marea, Allá lejos soñaba mis antiguos |
Éste era un rey
El rey ha muerto: (Muros de olvido. Se llevaron Guarde también el pueblo desazón. Y que diga la voz de todas las aldeas |
De Los reinos combatientes (1961) |
Cantar de Valparaíso
¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico? Hoy prefieres viajar a medianoche, y en seguida ¿Qué pretendes ahora? ¿Qué deidad escudriñas? |
Idilio
Adolezco de fútiles cariños |
La fuente oscura
¡Qué gran curiosidad tengo de verte y me pregunto si guarecen algo más No puede ser que sólo seas un charco de negrura, Sin bruma quiero verte, sin engaño. |
Jarcia
Acomodo mis penas como puedo, porque voy de prisa. |
Esta desmemoria mía
Yo no tengo memoria para las cosas que pergeño. A veces ni siquiera recuerdo los favores Mejor así, progenie de papel y de grafito. Así yo seguiré sin lastre alguno |
Conjuro
De tu mirada llena las bienaventuranzas No permitas que rueden abolidos Roce tu flama todo resto feraz, Tu corazón invade limbos, sol numeroso y único; |
Las tinieblas de Job
Dad fe del vasallaje baldío. Media muerte Fácil es el consejo; la comprensión difícil |
Destierro
Desde Pulteney Bridge, en Bath, miro la niebla, miro la noche prematura, giba Sobre la losa antigua del pasaje, con la sombra. Mi cuerpo y la distancia Oh dolorosa comunión de fábulas. |
Letanías profanas
En oleaje caviloso digo Oh denominaciones, oh ruido. ¡Cantad, cantad en mí, diferentes hermanos! Con la llaga de aquél y la cobarde urda mi boca los peregrinajes Formas de cuantos sois conmigo Santiago, Pedro, Juan. Y tú, velado amor Resonad en la blonda cúpula del otoño. |
Toque del alba
Otro mundo. (No retazos armados, remendados Adiós a la desidia del viejo sacristán Adiós encierros, lápidas, relojes A cieno huelen ya los manes en los muros; |
De Todo lo más por decir (1971) |
Algunos Yo no sé muchos nombres de volcanes o selvas; Oigo silbar el viento rústico, Caras, dolientes cuerpos, vientres, lenguas, |
Dos poemas de |
Funerales |
I (15)
Pides que me levante. No podré. |
Voto de humildad
Claro que yo también ando perdido ¡Quién soy para dejar de ser lo que son todos, Todos entramos y salimos |
Es cosa de mirar
Por punto general en el valle de México ¡Dioses, mis dioses, milagros desolados éstos! Pienso. Conviene resembrar los huesos en algún |
Los muertos en Europa
A Robert Lowell, este poema suyo, que le fui a leer a su casa de Manhattan cierta noche que ya recuerdo sólo a medias. Aquella lectura y la velada entera fueron un poco absurdas. Pero el poema sigue siendo memorable. Tras el fragor aéreo sucumbimos en una ¿Nos incorporaremos, Madre nuestra, el día de María, Madre, mis huesos tiemblan y ya oigo |
Delirio en Veracruz
[Malcolm Lowry] ¿Adonde ha ido la ternura? |
Ítaca
[K. P. Kaváfis] Al emprender el viaje rumbo a Ítaca Ruega que largo sea tu camino. Ten sin cesar a Ítaca presente. Aunque la mires pobre, no te defraudará. |
Laude
[Romances de los Señores de la Nueva España, F 7 r (III)] Ave recién salida de los ríos Por un instante cedes a otros tu calor, Ahora, te levantas, En un tapiz de plumas —oro ¡Lástima, lástima |
De Corre la voz (1980) |
Tres poemas de |
Honores a Francisco Terrazas |
1 (II)
Sí. al tiempo que a la lumbre venidera Pusiéronles nombres ajenos ¡Árbol de vida, nuevo mundo! |
Infantiles o vanas las ansias del retorno |
Honra quien pondera |
Fendo i Cieli: Apoteosis de Giordano Bruno
¿Más filosofías? Ya no las quiero. Piú matematico che natural discorso. Al sol no se le mira Yo prefiero las cosas como vibran: Vedere il sole? Cuando niño, Vedo il solé. |
Dos poemas políticos |
Esta ciudad Bajo ‛las torres cuya cumbre amaga' En el fondo carece de refugios Púdrese ya, Bernardo de Balbuena, |
Réquiem no, sino duro lamento. Rebeldía |