Éste era un rey
Y nuestra vida sigue siendo un poco de vapor, como decía Santiago. Vuelan aparte los jardines de pluma generosa. La moneda más noble desvanece los bordes que la fraguan. Parte la luz. Y sólo queda un poco de vapor en nuestras manos.
El rey ha muerto: que lo sepan todos. Grandes y pequeños lloren sobre su manto. Al alba se fijaron los edictos. Y ya los labios del cortejo murmuran sin descanso la oración suntuaria.
(Muros de olvido. Se llevaron el rápido calor de su aposento. Ya no suenan los días en caracolas. Un lecho inmóvil ciega la ventana. Se llevaron —con grave diligencia— la forma de su rostro, las sílabas tranquilas de su nombre. Borraron las pisadas y secaron las fuentes.)
Guarde también el pueblo desazón. Campanas. Hogueras funerales. El rey ha muerto.
Y que diga la voz de todas las aldeas cómo la noche se miró en sus ojos; cómo fue escalando montañas de sombra, mientras velaban la terraza vanos centinelas; cómo la vida es vaho, ligera nube que humedece la palma de la mano, y luego nada.
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