Letanías profanas
En oleaje caviloso digo los nombres de la grey, los nombres pardos y los candentes. Digo Santiago, Pedro, Juan; el signo de la madre plácida entre nublados laberintos; la fama quejumbrosa de los sacerdotes; los apodos rebeldes que suscita la horda.
Oh denominaciones, oh ruido. Arroyos al dolor, amor que nos rodea siempre vivo en un alba de voces. Oh mundo compartido, este decir nosotros, llamar a cada uno por el carnal rumor que lo designa, convocar a los labios la multitud esquiva.
¡Cantad, cantad en mí, diferentes hermanos!
Con la llaga de aquél y la cobarde mansedumbre del otro, con la sábana del moribundo, los desprecios, la sed infatigablemente purificada, con el frenesí disperso allí donde siembra el agobio su cuchillada sacia,
urda mi boca los peregrinajes al despertar común: y fúndase en la selva mi soledad abierta, soledad partícipe.
Formas de cuantos sois conmigo dentro del coro unánime: Saúl, un carpintero cualquiera, dedos que redimen la sumisión del árbol. Veneranda, sortílega. María, forastera de gráciles asombros. Generoso, tal grave capitán de navío. Jerónimo, verdugo sin historia. Más los otros, amargos o felices, ágiles, depravados, inocentes, vencidos, escoria de la cárcel o vagabundos tenues,
Santiago, Pedro, Juan. Y tú, velado amor por quien surte mi lengua muchedumbres y devociones; nombre feraz de cuya música se derraman conjuros incesantes.
Resonad en la blonda cúpula del otoño.
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