1 (II)
Sí. Por el índice fetal del numen que desvela ciudades obsesivas; por el sacro monarca y los espíritus empecinados en la lucha contra Satán, por los trescientos hijos de los conquistadores, cuyo reino creció muy diferente del soñado; por las armas traídas de todas partes, por aquellos daños, por los chismes, embustes y marañas, la gran soberbia, la mayor malicia, los desprecios, el modo riguroso, por la burda codicia que perdura y la verdad cortada a su medida; por el placer magnánimo, recluso entre paredes inquisitoriales,
al tiempo que a la lumbre venidera dejaban las estrellas el designio, llegamos a vivir en la precaria confusión del occidente. Nos fueron épocas oscuras las del aprendizaje. Recibimos herencias discordantes. Esclavitud y señorío. Cuatro fanegas de maíz sembradas con fortuna, y después el hambre; rencores lentos; una piedad a duras penas impartida; un sosiego de dientes afuera; orgullos y derrotas; la lengua no tan diestra cuanto por la ocasión fuere dictada.
Pusiéronles nombres ajenos a los antiguos dioses. Hicieron de los templos exangüe fundamento para la catedral. Mezclaron el deseo con el deseo, replegando las íntimas raíces, calabriando encima de la piel contrarias esperanzas.
¡Árbol de vida, nuevo mundo! Vinimos a nacer en esta empresa como soplo de viento, cuando ya la batalla de luz y contraluz finalizaba. Otros son los extremos de la gentil angustia. El aura común ha ido recogiendo los escasos trofeos diseminados en las dos vertientes de nuestro caudal inopinable. Mestizos, apuramos el cáliz de cualquiera. Pero al caer la noche mascullamos nuestras secretas denominaciones.
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2 (IV)
Infantiles o vanas las ansias del retorno al culto de la piedra por la piedra, nos ha quedado sólo la danza solariega, poesía rememorada, revivida en uso pleno del paisaje. No son las cosas tan sencillas hoy como lo eran en la época de los reyes y reinos al estilo clásico; no son tan fáciles como rimar parejos ramilletes hasta que en lo premioso figurado la figura se cumpla trayendo sin cesar a cuento las espadas heroicas y aquella temeraria fuerza fiera del rostro y de la mano. Hemos sufrido tráfagos, rupturas, lección de humanidades onerosas. Respondemos al grito destemplado: gentuza confederal, sin escatología. Nos ha llovido lenta la Conquista, pero tampoco nos libró la Independencia, limbos las dos, cuando no pánico y barbarie. ¡Oh, Sephirot! Tu lápiz anacrónico impídeme rezar a mis abuelos las oraciones que la grey olvida. Maldita, la ciudad nos desentona, toda hiel adobada con serpentinas y confeti, mientras se mira sus manos vencidas el sumo sacerdote. ¡Quién te viera como cebo que al agua apenas toca cuando ya los espíritus del mar lo muerden! Pero te vas en llanto y duelo consumiendo, ardua la pesca, hueros los pescados, el agua muerta por negar al fuego. Has perdido tu voz y nadie te conoce. No se sabe por qué ni dónde nos naciste, débil emanación contradictoria del mar en aluviones a la luz prometido. Entretanto, Señor, andamos en apuros. Nuestro siglo se va llenando por guardar las leyes, mas no de generosa paga, sino de valimiento vacío, sepulcral ofrenda que no siembra la paz en nuestro pecho. Tiempo vendrá para nombrar sus vicios; por ahora doy a pulso noticia del mundo mal sabido: Somos criba solar antes que lago, y sí a la mar las guardas arrojamos y con la casa de agua nos perdimos, nuestro viento cautivo de claras embriagueces nos redime.
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3 (Envío)
Honra quien pondera virtudes y presencia; mayormente quien a la vez levanta capullos olvidados con huelgos que figuran una conversación vivificante. Bien, recapitulemos. El nuevo mundo, desde sus orígenes, fue jardín destripado; pero nunca cesó de florecer. Entreverados nacieron otros árboles, plantajes, herbolarios. Un día hubo de revelarse la voz interrumpida y estalló sin rodeos entre nosotros, como bala que llega por amor, de no se sabe dónde, a su viejísimo destino. Ya no somos los mismos; ni somos diferentes. En el propio lenguaje de los tuyos, diré nuestros, ahora, cantaremos junto.
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